IMG 6113 600x350

PRIMER VIAJE EN TREN, RUMBO A KANDY

El viaje a Kandy ha sido uno de los más aprovechados hasta ahora.

La noche en la habitación compartida no ha estado mal. Quizá los que más ruido hemos hecho hayamos sido nosotros…

No penséis guarreridas que no van por ahí los tiros.

En la habitación estábamos Manué y yo, un italiano, un chino y otra muchacha que no sabemos de dónde es…a parte de algún pingüino que otro, porque el aire acondicionado estaba puesto.

Nos levantamos para coger el tren rumbo a Kandy.

El tren aquí es el medio de transporte más barato y más pintoresco porque va entre montañas y las vistas son espectaculares. Y el precio, para que os hagáis una idea, de los dos billetes para un viaje de 4 horas en segunda clase, han sido menos de 3 euros.

Hay que tener en cuenta que los trenes se caen a pedazos y un par de ventiladores en el techo simulan el aire acondicionado. Que la taza del water es un agujero desde el que se ve el suelo, así que mejor no pasearse cerca de las vías por si salpica. Y que si hubiésemos ido trotando habríamos tardado menos.

Sin embargo, te asomas por la ventana y el espectáculo es tan fabuloso que lo demás no importa tanto.

Es tan bonito que la gente se queda en las puertas para verlo mejor.

Al llegar a la estación de Kandy lo primero que hago es buscar el baño. No me atrevía a usar el del tren vaya que en alguna curva acabe sentada en ese inodoro tan estupendo o me roce el muslo con alguna telaraña.

Lo encuentro y cuando voy a entrar emocionada porque tenía hasta buena pinta y todo, una señora me dice que no es ahí y me señala otra ubicación.

¡Baño para extranjeros! Ponía el cartel.

Y este no tenía tan buena pinta…¡flipo!

Recorremos un poquito la ciudad en busca de un albergue barato regentado por monjes, y cuando llegamos ya está todo completo.

Nos metemos en el de al lado y mañana nos cambiaremos.

Lo primero que hacemos siempre que buscamos albergue es pedir que nos enseñen la habitación.

En este caso, como en todos, la habitación era algo oscura. Aunque con camas separadas, ambas tenían sus mosquiteras. No sabéis lo importante que se ha vuelto eso para nosotros, a pesar del repelente más la citronela nos ponen que parecemos coladores. Sobre todo a Manué.

Aunque claro, si tenemos en cuenta que los mosquitos que pican son mosquitAs, ya está todo dicho.

El baño…el tema baño es emocionante aquí. 

Tienen todos más mierda que la pata un pollo, pero le vamos encontrando el lado positivo a todo.

Hoy la emoción ha venido cuando hemos visto que la ducha tenía cortina y que el grifo era de los que tiras hacia arriba y sale el agua. Pero mucho más emocionante ha sido cuando hemos visto que al agujero del desagüe no estaba al aire, sino que tenía su tapadera en condiciones.

Luego cada sitio tiene sus  particularidades.

En este baño, para que salga agua caliente hay que dar al interruptor que hay fuera. Entonces se enciende un piloto rojo y dejas pasar 5 minutos hasta que llega el agua caliente.

Por lo demás todo normal. Aquí construyen las casas y no vuelven a limpiar los baños hasta que mueren todas las generaciones y la casa se derrumba por sí sola.

Después de regatear un poquito y conseguir un buen precio, dejamos las mochilas y vamos a comprar algo de cena.

Fruta por favor. Algo que caiga de árboles y no se pueda freír.

Y en el camino, vemos la primera rata de la semana. 

Pero vamos que en Linares también he visto yo ratas correteando por la calle Jaén y eran el doble de grandes.

Compramos algo de fruta y lo que se ha convertido en nuestra nueva comida preferida: kottu (una pasta mezclada con trozos de verdura, picante, como todo aquí, y con un sabor muy peculiar). Está muy bueno y parece nutritivo. Ya que lo sea es otra cosa.

Nos vamos a cenar a “casa” porque amenaza tormenta.

Ya mañana daremos un paseíto por la ciudad, que aquí vamos a quedarnos 3 noches. Algo insólito hasta ahora.

Antes de meternos en la cama, voy al baño como es costumbre y al girarme hacia el lavabo una cucaracha gigante me saluda desde el grifo.

Salgo gritando, Manu se asusta, mata al dinosaurio y empieza el suplicio nocturno de colocar la mosquitera.

Cuando por fin nos hemos metido dentro, remetido cada borde por debajo del colchón para que no entre ni una hormiga y estamos cogiendo la postura, nos percatamos de que el dueño del hostal es sordo y desciende del cerdo.

No sólo escuchamos la tele a toda pastilla sino que también le escuchamos a él, haciendo “pollos” y escupiéndolos después.

El colmo del asquerosismo (palabra que acabo de acuñar).

Este hombre mío sale educadamente a pedirle que baje la tv y a partir de ahí se termina el ruido y podemos dormir.

El señor que se acostaría con cargo de conciencia, a la mañana siguiente, muy amable, nos da los buenos días trayéndonos un té a la habitación. Detalle que hasta ahora no se le había ocurrido a nadie.

Pequeñas cosas que se valoran mucho y te alegran el día.

Sim embargo, teníamos ganas de quedarnos en el albergue del monje que os comentaba antes, y esa misma mañana nos cambiamos.

Cuando entramos al albergue y vemos al monje…entro en sock.

¡Pedazo de tío bueno macizo morenazo que quita el sentío!

¿Y eso es un monje budista o un anuncio de after shave?

Con esa túnica color granate con sus sandalias a juego, y seguro que sin nada más debajo…

Una piel…unos ojos…unos labios…

No os preocupéis que Manué no suele leerme…jejejejej. Pero vamos que no lo he podido disimular y lo he tenido que decir en voz alta.

Yo que pensaba que mi tentación principal eran los hombres de color y ahora después de esto voy a empezar a pensar que tengo algo con los monjes también.

Pero tranquilas que con este no me caso, eh. Ya tuve bastante con uno.

Nos acompaña a ver la habitación y yo salgo detrás como si me hubiesen hipnotizado.

Es probablemente el sitio más pintoresco, y con diferencia el más barato, de todos los alojamientos que hemos tenido hasta ahora. La habitación súper rústica, el suelo de piedra y los baños compartidos, pero rodeado todo de una sensación de paz difícil de explicar.

Lavamos la ropa y salimos a conocer la ciudad.

El ayudante del monje, muy amable, nos explica dónde podemos ir y dónde podemos comer. Así que lo primero es lo primero.

Los restaurantes de Kandy son casi normales, no tienen moscas, los precios no son muy altos y los camareros llevan uniforme.

Nos gusta Kandy. 

Entramos a comer a un sitio que nos da buena espina y cuando terminamos de pedir el camarero nos pregunta si la comida con “spicy” (picante) o sin spicy. Yo siempre les digo que no, porque aún así la comida pica siempre un montón. Pero hoy, que Manué parecía inspirado, responde por mi y dice “medium spicy” (picante nivel medio).

Nos traen la comida, con una pinta increíble, y desde la primera cucharada a Manué le empiezan a sudar hasta las orejas. El camarero se da cuenta y le da más ritmo a los ventiladores, pero ya era tarde, aquello picaba tanto que no podíamos ni juntar los labios para hablar entre nosotros.

Viendo el camarero que me iba quedando sin novio poco a poco, nos trae una especie de yogurt que sirve para apagar fuegos y así se nos pasa un poco el tema.

Cuando salimos del restaurante tenemos el estómago tocando la pandereta.

Entonces, decidimos subir a un templo que está como a media hora caminando, todo cuesta arriba y de ese modo sudamos el picante y nos quedamos tan panchos.

buda gigante

Desde el templo las vistas son muy bonitas y vemos un lago a lo lejos, así que cuando bajamos del templo nos acercamos a ver el lago.

Acabábamos de llegar y nos disponíamos a dar una vuelta por los alrededores cuando Buda se ha debido de cabrear por algo y nos ha lanzado una tormenta de padre y muy señor mío, que no había dónde meterse.

En ese preciso momento y no en otro, a mi novio se le ocurre sacar la cámara para hacer fotos de la lluvia.

Cuando se da cuenta de la soberana gilipollez que estaba haciendo, se viene conmigo debajo de un árbol que permitía que nos mojásemos, pero sin calarnos los huesos.

Cuando pasado un minuto nos damos cuenta de que ese no es buen sitio, intentamos cruzar la carretera petada de coches y tuktuks y a duras penas llegamos al otro lado.

Nos refugiamos debajo del toldo de una tienda de tés, y de repente nos han empezado a salir amigos de debajo de las piedras.

Manu se ha inventado que es nuestra tercera visita a Sri Lanka, para que no nos tomen por turistas novatos y nos la vuelvan a colar.

Al cabo de un rato de intercambiar comentarios futboleros con uno de los pocos hombres españoles a los que no les gusta el fútbol, nos preguntan si queremos marihuana. 

Cuando les hemos dicho que no ¡han alucinado pepinillos! Dicen que somos los únicos extranjeros que no hemos querido comprar marihuana de todos los que han conocido. ¿Cómo te quedas?

Volviendo al tema fútbol, cada vez que nos preguntan de dónde somos y decimos que de España, nos dicen: “ ¡Oh España, Barcelona!”

Ay amigos qué perdidos estáis…

Cuando nos hemos cansado de hablar de fútbol y marihuana, viendo que ya no llovía tanto, nos hemos marchado de allí en busca de más comida.

Cada vez que compramos lo que sea es un show. Manu, que está con la mosca detrás de la oreja, les pregunta los precios medio millón de veces y comprueba la cuenta otro medio millón.

De vuelta a la habitación, ya dentro del edificio, nos hemos encontrado correteando por el suelo ¡un cangrejo!. El último animal que me esperaba encontrar por aquí.

A este le hemos dejado vivir porque no puede meterse por debajo de las puertas…

En este país pasan cosas muy raras…

Vamos a dormir y a levantarnos temprano, pero mañana será un día de descansar y no gastar…

O eso pensábamos nosotros…

 

 

favicon

Acerca de la autora

Tania Carrasco Cesteros

Ayudo a las mujeres con síndrome de Superwoman a recuperar su energía y su peso ideal para tener el cuerpo poderoso que les permita hacer frente a todos sus retos, sin estrés y desde el amor por sí mismas.

Interacciones con los lectores

Comentarios

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *