Sí, habéis leído bien. Vamos a intentar llegar desde Bangkok al norte de Thailandia ¡haciendo autostop!
Esta decisión tan arriesgada la hemos tomado esta mañana, entre tostada y tostada de mermelada de piña.
Nos ha costado mucho trabajo dejar el hotelazo, pero la idea de vivir nuevas experiencias nos puede.
¿Y no me digáis que hacer autostop no puede ser una gran experiencia?
Hemos leído algunos blogs sobre el tema y cuentan lo fácil que es hacer dedo en este país.
El principal inconveniente es el idioma.
A pesar de ser un país bastante desarrollado y moderno, son muy pocas las personas que hablan inglés. Es realmente complicado entenderse con nadie.
Y los que hablan inglés, lo hablan tan mal que los entiendo yo mejor que Manué.
Como somos totalmente novatos en esto del autostop, compramos una tarjeta de teléfono para poder llevar internet encima.
Si hay que buscar cualquier cosa podría sacarnos de muchos apuros.
Suerte que en la funda de la tarjeta vienen varias palabras en inglés con la pronunciación al thailandés como: gracias, lo siento, hola y cuánto cuesta.
Yo hubiese añadido frases como:
- qué comida es esta
- dónde vas que me quiero ir contigo y
- no tengo dinero
Habrá que improvisar.
Recogemos nuestras cosas y salimos a la calle principal.
Lo primero que hacemos es coger un bus hacia el norte de la ciudad, para acercarnos un poco más a la autovía.
Con eso de que los buses de ayer nos salieron gratis, no hemos dudado ni un momento en coger otro.
¡Menuda cara de tontos se nos queda cuando vienen a cobrarnos!
¡Mierda!
Hay que decir que el trayecto que queremos hacer son algo menos de 800 km. Serían unas 9 horas de coche.
Como los cursos de Manu empiezan el 2 de enero, no tenemos prisa.
Lo lógico sería que llegásemos en un par de días. Pero si tienen que ser más, tampoco nos importa.
Sabemos que es muy difícil encontrar a alguien que vaya exactamente a la misma ciudad que tú y que encima se moleste en pararse en la carretera a recogerte.
Al bajar del bus llegamos a una intersección donde los coches empiezan a desviarse a la autovía.
Manu no está muy convencido con esto y le da mucha vergüenza sacar el brazo y agitarlo a ver si alguien se para.
Como yo sí que lo tengo claro, me calzo mi mejor sonrisa y agito el brazo grácilmente, mientras Manu me mira y se ríe.
Hemos leído que en Thailandia no se entiende muy bien el concepto del autostop. El gesto de sacar el dedo en dirección a donde vas, todavía se entiende menos.
Te aconsejan que levantes el brazo y agites la mano, como indicando que bajen la velocidad.
¡Y eso es exactamente lo que hago!
Llevábamos intentándolo 5 minutos, cuando llega un policía en moto a preguntarnos qué estamos haciendo.
A pesar de que intentamos explicárselo, no se da por enterado.
Insiste en que volvamos sobre nuestros pasos para coger otro autobus.
Como el entendimiento es imposible, hacemos que nos vamos hasta que él se va también.
Manué que sigue un poquito acojonado, prefiere que demos vueltas por la ciudad por si baja el espíritu santo a llevarnos en sus alas de paloma.
Pero a mí, que se me ha metido esto en la cabeza, no me mueve de la carretera ni el espíritu santo ni la paloma.
Volvemos al sitio de donde nos había echado el poli y vuelta a empezar.
Agitamos el brazo una y otra vez. Parece que Manu ya empieza a animarse.
Un señor que atravesaba el paso de peatones, se nos queda mirando.
Sonríe como si estuviésemos haciendo malabares y pasa de largo.
A los pocos minutos vuelve y nos pregunta qué estamos haciendo.
¡Qué gente más cotilla oye! ¡Así no se puede hacer autostop a gusto jopetas!
Como está muy intrigado, le explicamos nuestros planes:
Queremos ir de Bangkok a Chiang-Mai, parando coches que nos lleven gratis.
Explicado así, el hombre sigue sin entenderlo y también se empeña en que cojamos un bus.
«No money, no money», le decimos.
Y ahí ya lo entiende.
Se echa las manos a la cabeza y pone cara de circunstancias.
Nosotros le sonreímos y le decimos que nos se preocupe que llegaremos.
Y ni corto ni perezoso ¡nos ofrece dinero!
¿No es para comérselo?
¡Flipante la primera reacción!
Evidentemente lo rechazamos, seguimos sonriendo, le damos las gracias medio millón de veces y continuamos a lo nuestro.
No se nos hubiese ocurrido jamás cogerle dinero a nadie a no ser que fuese causa de fuerza mayor.
Pero decirle a la gente: «mira, que sí que tenemos dinero, pero no queremos gastarlo en transporte, y como parece ser que eso del autostop es muy guay, hemos decidido echarle morro e ir gratis a los sitios. ¿Qué le parece a usted?»
No es plan.
Nos quedamos súper sorprendidos, en el mejor sentido de la palabra.
Jamás me hubiese imaginado que lo primero que me iba a pasar haciendo autostop iba a ser que un thailandés me ofreciese dinero para coger un autobus.
Muy poco tiempo después, ¡para el primer coche!
No llevaríamos haciendo dedo más de 10 minutos y ¡ya habíamos parado al primer coche!
Se baja la ventanilla y un muchacho joven nos pregunta dónde vamos.
Manu le expilca un poco que queremos salir de Bangkok por el norte y nos dice que ¡va para allá!
¡Que subamos que nos lleva!
¡Se nos pone una cara de idiotas felices que no os imaginais!
Manu me mira como diciéndome: «cariño no era tan difícil, lo hemos conseguido».
¡Pues claro hombre! ¡Todo es proponérselo y echarle ganas!
Ahí me tenéis agitando el brazo y practicando un nuevo deporte: hacer autostop por Thailandia.
Durante el trayecto, el muchacho nos pregunta nuestros planes y también le cuesta un rato entenderlos.
Cuando por fin comprende que queremos atravesar todo el país a dedo, empieza a emitir un sonido como: «uó, uó, uó», que suponemos que quería decir: «ostias qué fuerte estáis como una puta regadera».
Nos pide disculpas varias veces por no poder llevarnos más lejos y nos deja en una zona fácil para poder seguir parando coches.
Y eso mismo estábamos haciendo cuando ¡vuelve a aparecer el muchacho!
Se había acordado que cerca de donde estábamos podíamos coger un tren gratis a nuestro destino y se había dado la vuelta en la autovía a buscarnos para contárnoslo.
¡Qué buena gente!
Le damos el email y le decimos en todos los idiomas que sabemos lo majísimo que es y lo agradecidos que estamos.
Y cuando íbamos en busca del tren que nos había dicho, ¡se para otro coche a recogernos!
¡Vengaaaaa que estamos en racha!
Decidir entre coger un bus directo y gratis que nos dejase en nuestro destino en unas horas o entre seguir tirados en la carretera parando coches y tardando días en llegar a Chiang-Mai, era fácil decisión.
¡Seguimos parando coches!
Habíamos decidido hacerlo así y vivir la experiencia, ¡y nos estaba gustando!
¡Viva el autostop!
Manu ya estaba tranquilo, incluso contento, y me felicitaba por la gran idea que había tenido de intentarlo. Totalmente colaborador, como es él cuando se le pasan las dudas.
Este segundo coche que nos paró lo conducía una muchacha joven.
Manu le señala el siguiente sitio del mapa y ¡justo va para allá!
Sin mediar más palabras nos hace sitio en el coche.
Aunque le cuesta bastante el inglés, entiende lo que estamos haciendo.
Nos ayuda un montón porque al dejarnos, nos escribe en un papel los sitios por los que queremos ir pasando, en thailandés, por si se los tenemos que enseñar a otros conductores que nos paren y no entiendan el inglés.
Además, intenta enseñarnos a decir:
«Voy a este sitio, ¿puedo ir contigo?».
¡Jolín qué gente! ¡Estamos flipando!
A penas hemos avanzado 20 kilómetros y hemos parado dos coches.
¡Nos hemos ganado la comida!
Manu se compra un arroz con cosas y yo no puedo resistirme a comprarme un mango.
¡Me cago en la leche que mango más malo! ¡Lástima dinero!
¡Quiero mis mangos de Sri Lanka!
Parar al tercer coche nos cuesta bastante más.
Estuvimos más de media hora hasta que paró un coche familiar.
Marido, mujer e hijo, nos miran extrañados y nos paran por curiosidad.
Nos preguntan y no entienden muy bien, así que nos sugieren que cojamos el tren.
Como la dirección de la estación de tren no nos desvía del camino, aceptamos.
Nos pide que esperemos unos minutos y vuelve a por nosotros.
Mientras esperamos, se nos acerca una parejita joven.
De nuevo nos preguntan qué hacemos, a dónde vamos y de dónde venimos…
Les repetimos la historia de que no tenemos dinero y estamos buscando la manera de llegar gratis a Chaing-Mai.
La muchacha se echa las manos a la cabeza y nos pregunta que cómo vamos a comer si no tenemos dinero.
Le decimos que no se preocupe, que no es que no tengamos nada de dinero, tenemos dinero para comer pero no queremos gastar dinero en transporte.
Entonces se miran ¡y se ofrecen a pagarnos los billetes del tren!
¡No damos crédito!
De nuevo agradecemos de todas las maneras posibles, sonreímos y entonces llega la familia a recogernos.
El padre de familia se baja y nos hace preguntas en un inglés complicado.
Al final llegamos a un entendimiento.
Como el siguiente pueblo al que queremos llegar no le pilla de camino, nos dejará en un desvío y allí tendremos que intentar parar otro coche.
Dejamos las mochilas en el maletero y nos subimos.
El niño que iba delante con el papá, le cede el sitio a Manué.
La mujer, el niño y yo, nos sentamos detrás.
Cuando veo a ese niño de 9 años, de esos obesos con mejillas tamaño balón medicinal, canturreando e intentando imitar a su padre cuando habla en inglés…
¡Me lo como entero!
Tendría comida para un par de años pero ¡me lo como entero!
Es de esos niños achuchables que los miras y sólo puedes pensar en estrujarle los mofletes. ¡De esos mismos!
Se les veía una familia muy agradable y unida.
El papá presume de negocio. Tienen un puesto de comida en un pueblo de la montaña que, según cuenta, le da mucho dinero.
Por lo visto es un puestecillo donde cocinan sólo cerdo.
Y ahora es cuando entiendo las dimensiones de ese niño.
¡Se ha comido todo el cerdo él solito!
Eso, o lo están cebando para comérselo por navidad.
En la foto no podéis ver bien al niño porque el señor Pitón ha decidido plantarle los dedos en la cara, pero aún así, se vislumbran esos mofletes gigantes.
Hubo un momento del viaje que se pusieron a hablar entre ellos.
Lógicamente no entendíamos una palabra.
Cuando acabaron de emitir sonidos raros e inimitables, el padre de familia, Pitón, nos comunica que su mujer ha decidido que se ¡desvían para llevarnos al pueblo que queríamos!
¿En serio?
¡Nos parece todo increíble!
Nos dan el teléfono para que les llamemos por si pasa algo. Nos invitan a pasarnos por su pueblo cuando volvamos para el sur, nos piden el facebook y nos dan un consejo:
«No vale con tener la cara bonita, lo más importante es tener bonito el corazón».
Hoy no dormiré en un hotel con tele de plasma, pero no me imaginaba que tendría un día tan especial.
El pueblo en el que nos dejan es el que habíamos elegido para hacer noche. Primera parada en nuestro camino rumbo al norte.
Como aún hay bastante luz, le pido a Manué que sigamos intentando parar algún coche que nos acerque un poquito más.
¡Estamos en racha y hay que aprovecharla!
De nuevo, se para una furgoneta con un muchacho joven al volante.
Este sí que no se entera de nada y nos deja en la estación de buses más cercana.
Ya que estamos allí y falta poco para que anochezca, preguntamos por el bus nocturno a Chiang-Mai. No sólo nos parece carísimo sino que va lleno.
Ok, total, no pensábamos cogerlo…
¡Vuelta a la carretera a mover los bracitos!
Sería genial que nos parase algún camión que tenga que conducir de noche y nos pueda acercar bastante, mientras nosotros dormimos.
¡Y paramos un camión!
Sin embargo, no iba por nuestra ruta y no puede llevarnos.
Estábamos intentando parar algún coche más cuando se nos acercan dos muchachitas en moto.
Y vuelta a empezar: dónde vamos, de dónde venimos y qué hacemos en la carretera haciendo gestos raros con los brazos.
Por si éramos pocos, un señor que vive por allí se acerca también.
Entre los tres, llegan a la conclusión de que hacer autostop no es posible. Que no va a parar nadie. Que cojamos el transporte público.
¡Y dale Perico al torno!
Aunque les explicamos que llevamos todo el día viajando así, no les entra en la cabeza.
Nos sugieren el bus, el tren y nos les sirve lo de que no tenemos dinero.
Llevábamos 45 minutos intentando que nos dejasen seguir a lo nuestro porque ya se nos estaba haciendo de noche.
¡Pero nada oye! ¡Nos querían solucionar la vida sí o sí!
Aquello era para verlo. Ninguno de los tres hablaba bien inglés. Con el móvil le ponían a Manu el traductor para que él lo escribiese en inglés y a ellas les saliese en thailandés.
Cada vez que el señor intentaba comunicarse conmigo acababa sus frases con un «¿understand?» (¿entiendes?).
Y a mí me daban ganas de decirle: aquí nadie «anderstand». Ni tú anderstand ni yo anderstand ni nadie anderstand.
No había forma humana de quitarles la idea de la cabeza.
Como les decimos que el bus es muy caro y ya está lleno para esta noche, cogen el móvil y nos miran un tren por internet.
Como el tren cuesta bastante menos y llevamos más de una hora de charleta, decidimos cogerlo.
Va a ser la única manera de salir del atolladero.
Total, ya se nos ha hecho de noche, así que es eso o buscar hostal.
Cuando les decimos que ok, que cómo podemos llegar a la estación de tren, nos dicen que andando imposible, que está muy lejos.
Si os acabamos de decir que no tenemos dinero para el bus, ¿no pretenderéis que cojamos un taxi para llegar a la estación de tren?
Ahí es cuando me desespero.
Llevamos más de una hora intentando que nos entiendan. Intentando que nos dejen solos porque sino no para ningún coche a recogernos. Cuando vemos que se nos echa la noche encima y no avanzamos aceptamos lo del tren. ¡Y resulta que está a tomar por culo!
«¡No os preocupéis! ¡Os llevamos!», dicen.
Las muchachitas que habían parado en la moto, llaman varias veces por teléfono.
Al rato, aparece un muchacho en otra moto.
Sugieren que Manu y su mochila monten con el muchacho, y yo y mi mochila montemos en la misma moto que llevan las chicas.
Mira…ya no tengo energía para dar más explicaciones.
¿Cómo les dices que subir tres personas en una moto es ilegal? Que ir sin casco es una locura. Que tres personas y una mochila en la misma moto tiene que ser, por lo menos, pecado capital.
¿Cómo a ver, cómo?
Manué y yo nos miramos y sin rechistar subimos a nuestros correspondientes vehículos.
Carretera, autovía, calles normales y yo en una moto con otras dos muchachas, sin casco y sonriendo como una boba.
¡Hay gente tan especial en este mundo!
Estas niñas y ese señor no pararon hasta buscar la solución que les pareció mas satisfactoria. Para ellos, vale, pero intentando ayudar en todo momento.
Y nosotros, para no hacerles el feo y que se sintiesen bien, nos subimos en esas motos y compramos ese billete de tren, que para nada entraba en nuestros planes.
Así que lo que iban a ser días haciendo autostop se ha convertido en 80km en 4 vehículos diferentes y acabar cogiendo un tren nocturno.
En Thailandia, y creo que en Asia en general, los buses son más caros que los trenes porque van a paso de tortuga.
El tren nocturno que vamos a coger sale a las 23:30 y llega a Chiang-Mai a las 12:30 del medio día del día siguiente.
¡Ahí lo llevas!
¡Un tren que tarde 13 horas en hacer 700 km!
Igualmente estamos muy contentos.
Aunque no hemos conseguido nuestro objetivo y la aventura ha durado menos de lo esperado, ha sido increíble.
¡Cuánta gente maravillosa en tan pocas horas!
¡Qué facilidad para encontrar personas dispuestas a ayudarte, incluso dándote dinero!
Estamos reventados de todo el día en la carretera, sudados como cerdos de intentar parar coches al sol, cansados mentalmente de dar tantas explicaciones, olemos a marranos y tenemos un hambre que alucinas pero…¡estamos TAN contentos!
Hablar o no el mismo idioma, a veces se hace secundario porque LA SONRISA ES EL IDIOMA UNIVERSAL.
MOCHITERAS Y MOCHITEROS, SEGUIMOS MAÑANA
Menuda experiencia más GRATIFICANTE¡¡¡¡
Emociona mientras la lees…
Un abrazo enorme para los dos… sois un GRAN EQUIPO¡¡¡
….lo más importante es tener bonito el corazón ( me ha encantado)
Magdaaaaa!!! Muchas gracias! Justo ayer nos acordábamos de vosotros porque vimos por primera vez los intestinos fritos que nos contasteis que se comió Loren, jajajaj. UN ABRAZO PARA LOS DOS