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LLUVIA PARA EMPEZAR EL AÑO

Es maravilloso tener un hotel con piscina y que el único día que puedes utilizarla ¡te llueva!

La nochevieja fue muy bien, como ya te conté.

Aunque a penas bebimos y no nos acostamos demasiado tarde, a la mañana siguiente teníamos un dolor de cabeza considerable.

No sé si sería por el mojito de fresa o por la culpabilidad de haber estado a punto de incendiar la ciudad, pero el año empezaba resacoso.

¡Menos mal que pensábamos pasarnos el día sin hacer nada, aprovechando nuestra maravillosa piscina!

Abro la ventana y me encuentro con las nubes.

Ni una mijita de sol se veía joder.

Ayer que también podíamos habernos dado un baño, no encontramos el momento.

Y le dije a Manu: «bueno, no pasa nada, si mañana tenemos todo el día…».

¡Pues a tomar por saco el día!

Mira que soy de las que siempre dice: «no dejes para mañana lo que puedas hacer hoy», porque nunca se sabe.

Ayer se me olvidó el refrán y hoy me he quedado sin piscina.

Vamos que mañana abandonamos el hotel para volver al hostal, y nos vamos sin probar la piscina.

piscina

¡Manda narices!

Nos reconforta mucho saber que tenemos el desayuno incluído, así que bajamos impacientes a ver qué nos depara el buffet del hotel.

Llegamos al lugar del desayuno y una mesa pequeña preside el lugar.

En esa mesa, lo siguiente:

  • Montones de pan bimbo.
  • Bol con mahonesa.
  • Bol con mermelada de fresa.
  • Bol con lo que yo pensaba que era mermelada de piña.
  • Boles vacíos que en algún momento habían contenido verduras.
  • 2 tostadores.
  • Agua caliente y botes de café y cacao instantáneos.

A Manu se le empieza a cambiar la cara cuando presiente que se va a quedar con hambre.

No quiero volver a mencionar lo de la piscina porque entonces se comerá los boles y la máquina de agua caliente.

Cuando nos vamos a sentar a la mesa con nuestro pan con mermelada, vemos que nos han puesto un plato con un huevo frito, una rodaja de york y una salchicha escuchimizada.

Lejos de alegrarse, Manu se cabrea más.

¡Qué tipo de buffet es este!

Yo no me cabreo porque alguien tendrá que mediar, que sino me habría hinchado a decir pestes yo también.

Hasta que pruebo la supuesta mermelada de piña y compruebo que es de cáscara de naranja.

Sí, exacto, ćascara de naranja. No podría llamarla mermelada de naranja sin más.

La pena es que no se puedan poner hojas de reclamaciones aquí que sino…

Manu desayuna, mientras enumera una a una todas las cosas bonitas que le diría a quien sea el culpable de esto, en caso de que le fuesen a entender.

Nos reímos porque ¿qué otra cosa podemos hacer? y damos un giro de 360 grados a nuestro primer día del año.

Además, no sólo es el último día del año sino que ¡ES EL SANTO DE MI MANUÉ!

No he podido hacerle ningún regalo porque es él el que lleva todo el dinero y no me deja sola en ningún momento.

Para compensar, dejaré que elija dónde vamos a comer.

Lo que hace todos los dias, vaya.

Encontramos un sitio cerca de casa que tiene buena pinta y buen precio.

Como siempre, la comida es algo escasa.

Lo mejor del día es que probamos un nuevo manjar, elaborado con arroz y mango.

Y dirás, ¿y qué tiene eso de novedoso?

Que es exactamente lo que pensábamos nosotros hasta que los probamos.

El «mango sticky rice», lo toman como postre y tiene varias sorpresas. El arroz es dulce y la leche de coco es salada.

La mezcla de todo le da un sabor muy especial que nos cautivó.

Las horas entre las comidas, las aprovechamos bastante con labores informáticas pendientes.

A la hora de la cena, repetimos en el mismo restaurante y a la salida ¡casi me secuestran!

Íbamos para casa después de pasar por el 7eleven (es imposible no pasar por ninguno porque hay 7eleven en cada esquina) cuando empezamos a escuchar una música muy alta.

Según nos vamos acercando al hostal, la música sube de volumen.

De repente aparece un vehículo seguido de gente bailando y bebiendo.

Detrás de ellos, otro vehículo con enormes altavoces.

Lógicamente, nos paramos a observar atronados por la música, cuando sale del grupo una muchacha que me tira del brazo y me mete a bailar con ellos.

Me muevo como puedo, ya se me había olvidado qué era esto de bailar, y cuando considero que mi cupo de payasadas diarias ha llegado a su fin, salgo del bullicio y nos vamos para casa.

Como la nochevieja no dormimos mucho, hoy toca descansar por todo lo alto.

Mañana tenemos que levantarnos muy temprano para volver al hostal y que Manu pueda llegar a tiempo a su curso de masaje thailandés.

Nos despertamos cuando aún no han puesto las calles y desayunamos rapidito.

Un taxi nos recoge en la puerta del hotel para llevarnos al hostal, porque si no Manué no llega al curso.

Mi niño está preocupado porque me deja todo el día solita.

Yo le digo: «no te preocupes que verás como al estar sola hago más amigos». Pero creo que eso no le tranquiliza.

Llegamos al hostal y la señora de la recepción no está.

Son las 8:30 de la mañana y Manu tiene que estar en el curso a las 8:30 de la mañana.

Podría coger la bici y largarse, pero no queremos que nos cojan tirria, que tenemos que estar aquí 15 días.

Finalmente aparece la señora y le da a Manu la bici.

Nos despedimos y salgo a la calle para verle alejarse montado en su nueva bicicleta.

Al llegar a la esquina, veo que se da mieda vuelta y se vuelve.

¡Ya me está echando de menos!

¡Pues no! Es que la bici tiene una rueda pinchada.

Rápidamente coge otra y sale escopeteao. Lo mejor de todo es que no va a necesitar bocina. Cada vez que frena se ecucha un chirrido que llega al otro lado del país.

Una vez que Manué desaparece en el horizonte, a mí me toca esperar a que la habitación de desocupe y se limpie.

Cargada de paciencia, porque eso va para largo, saco mi tablet y me paso la mañana frente a la pantalla.

Al igual que el 90% de los fumadores del mundo, yo también me he propuesto dejarlo para empezar el año.

Total, en Thailandia no te dejan fumar ni en las terrazas de los bares.

Aunque fumaba poquísimo, quiero volver a mis hábitos de adolescente cuando me fumaba un cigarrito en las celebraciones importantes, y nada más.

Con ese propósito, llevo dos días sin fumar.

Estar en Thailandia ayuda mucho porque mi percepción es que en este país no fuma casi nadie.

Y los que fuman lo tienen tan chungo para fumar fuera de casa, que estarán encerrados detrás de sus cuatro paredes todo el día.

Como no tengo la habitación, me tengo que quedar en el porche del hostal mientras me la dan. En el porche donde está la mesa que tiene el único cenicero de todo el alojamiento.

Y hoy, precisamente hoy, le ha dado a todo el mundo por bajarse a fumar a la puñetera mesa donde yo estaba tan tranquila.

En el 2016 no fumaba ni dios en Thailandia y resulta que en el 2017, que yo estoy dejando el hábito, a todo el mundo le da por fumar.

Si por lo menos dejasen algún cigarro a medias que yo pudiese aprovechar…¡pero no!

¡Se fuman hasta el filtro!

Me he pasado toda la mañana pensando:

«Como llegue algún español a fumar, no me salva nadie. Como venga un español le pido un cigarro sí o sí».

Y nada, todos extranjeros.

Pero no era eso lo único que pensaba…Antes de ese pensamiento tenía este otro, cada vez que se sentaba alguien a fumar:

«Pero que no fumeeeeeeeesssssss, qué asqueroso, por qué fumas, vete a fumar a tu puñetera casa jolines…», en esa línea.

Me harto de estar sentada y me doy un paseo hasta el mercado para comprar algo de comer.

Compro varios tipos de fruta y anacardos picantes y me vuelvo al hostal dando un paseo tranquilo.

Otra vez en la zona de fumadores, me como mi frutita sin que nadie me moleste.

Me van a dejar comer sin tragar humo. Gracias.

Estaba terminando mi bandeja de «jack fruit», cuando llega un rubiales con una moto y pasa al hostal.

Aparca la moto y sale a saludarme.

Como le digo que no hablo muy bien inglés me pregunta que de dónde soy.

Resulta que es holandés pero vivió algún tiempo en Gran Canaria, así que podemos charlar en castellano.

¿Este chico fumará?

Le sigo la conversación sin poder pensar en otra cosa que en el momento en el que se saque un paquete de tabaco del bolsillo y me ofrezca un cigarro.

Observo los bultos de sus pantalones pero nada me hace pensar que allí pudiese esconder una cajetilla.

¡Pues si no tiene tabaco que se vaya a tomar por culo y me deje comer tranquila!

Y nada oye, que no había quien le cortase la conversación.

Llevábamos un buen rato hablando, cuando le da hambre.

Me invita a ir a comer con él, pero ya tenía yo mi barriguita llena de fruta y ni falta que hacía.

Como a la primera propuesta le digo que no, me propone irme con él en la moto a ver elefantes.

Y eso que ya le había explicado que estaba viajando con mi novio y que pronto llegaría.

¡Gracias, nada de elefantes! ¡Que ni fumas ni nada!

Poco despué de marcharse el holandés, entra otro muchacho a pedir habitación.

Yo estoy a lo mío, con mis cascos y mi tablet.

Al rato, viene a la mesa y se sienta a mi lado.

Ooootra conversación…

Ahora este es italiano pero ha vivido en Barcelona.

Repetimos la operación…

Busco el tabaco en los bultos de los pantalones…

¡No me jodas que llevo toda la mañana viendo pasar por esta mesa a todos los fumadores de Thailandia y se me acercan los únicos que no fuman!

¡Anda a la mierdaaaaaaa!

Mientras tanto, Manu me escribe por whatsap pensando que estoy aburrida.

«Cariño, ¿no te he dicho que en cuanto me quedase sola haría un montón de amigos?».

Cuando el italiano también me invita a comer y le digo que no, nos dan por fin nuestras habitaciones.

Me voy a meter dentro, voy a echar la llave, y no voy a salir a no ser que huela a tabaco cerca de la habitación y tenga que salir a pedir un cigarro.

Pasan unas horas hasta que escucho el chirrido de la bici de Manué.

¡Ya ha vuelto!

Nos contamos el día y bromeamos sobre mis nuevos amigos.

Seguidamente, salimos a dar un paseo y a pensar dónde vamos a cenar.

Ha sido una gran noticia enterarme de que a Manu le dan de comer en el curso. 

Es un ahorro con el que no contábamos y que nos viene realmente bien.

Para celebrarlo, lo que nos hemos ahorrado en la comida ¡nos lo gastamos en la cena!

Entramos a un japo, de esos en los que te puedes sentar en el suelo, con farolillos por el techo y donde no tienen tenedores.

Pedimos varias cosas, grandes, para no quedarnos con hambre, pero al final tenemos que acabar pidiendo más.

Nuestros sets japoneses se componían de:

  • un cuenco de arroz,
  • pescado para mí, chicha para Manué,
  • un poco de ensaladita,
  • un cuenquito con sopa de miso,
  • dos mini rodajas de sandía,
  • y un vasito pequeño con una especie de pudding.

Esa es la conclusión a la que llegamos. Al final de la cena, cuando fuimos a acabar con el pudding, descubrimos que era una especie de plasta hecha con clara de huevo, que no se podía ni oler.

Lo que nos hizo relamernos fue la pizza japonesa que pedimos después. 

No pudimos establecer claramente su composición, pero estaba riquísima.

Durante toda la cena, un señor asiático sentado en una mesa con su mujer y su hija, no paraba de mirarme. 

Me llegó a parecer incluso que decía algo de mí y las mujeres me miraban también.

Quizá tenía algo que ver con que me estuviera comiendo el pescado con las manos (porque con los palillos ya me contarás), que me estuviese comiendo el arroz con la cuchara de la sopa y que estuviese tocando el supuesto pudding con los dedos para comprobar su consistencia…No sé…

Tengo prisa por llegar a la habitación. Ahora viene el mejor momento del día:

¡Cuando Manu tiene que practicar conmigo todo lo que ha hecho en el curso de masaje thailandés!

Luego me arrepentí. Era el primer día y me hizo daño hasta en las pestañas.

Voy a dormir como un angelito.

Lectura reconfortante y a la cama.

MUCHÍSIMOS ABRAZOS

 

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Acerca de la autora

Tania Carrasco Cesteros

Ayudo a las mujeres con síndrome de Superwoman a recuperar su energía y su peso ideal para tener el cuerpo poderoso que les permita hacer frente a todos sus retos, sin estrés y desde el amor por sí mismas.

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