Un día sin hacer nada, navegando en barco y comiendo arroz puede ser muy divertido.
Se me olvidó comentaos en el último post una cosa que nos pasó cuando quisimos coger un bus para visitar la playa de Allepey.
Salimos a la calle en busca del bus y como no encontramos la parada preguntamos.
Nos mandan de un sitio a otro como siempre, hasta que parece que damos con ella.
Cuando llegamos a la parada, le preguntamos a un muchacho joven que esperaba también y nos dice que tenemos que tomar el mismo bus que él. ¡Perfecto!
Pasan varios hasta que llega el nuestro. El muchacho muy sonriente nos invita a subir.
Según sube se va partiendo de risa hacia la parte delantera, donde otro par de chicos se mondan también mientras nos miran y hacen gestos de complicidad.
Le choca la mano al conductor que también nos mira riéndose y mandan para atrás al que se supone que nos tiene que cobrar.
Según se acerca, me doy cuenta que el chico que nos había dicho que ese era nuestro bus, los chavales que venían con el conductor y el mismo conductor, siguen mirándonos y descojonándose.
No sé hindi, o lo que sea que hablen por aquí, pero con sus gestos y risas yo entendí: «mira chavales, os he traído a un par de pardillos blanquitos para que los timéis con el precio del bus. Me llevo comisión de esto, ¿eh?».
Lo mismo estaban diciendo: «¡mira qué tía más buena os he traído al bus!», pero por si acaso…
Como el conductor estaba muy ocupado con las risitas, se le olvidó arrancar así que cuando estaban a punto de cobrarnos aún estábamos parados.
En ese momento dije: «cariño, baja del bus».
Mi cariño que me entendió al momento se bajó corriendo y los que nos chocamos las manos entonces fuimos nosotros, mientras a los chavales se les cambiaba la cara.
¡Buah! Ha sido el dinero invertido en tuktuk que menos me ha dolido soltar.
En fin…
Ayer habíamos pedido en el hostal que nos hicieran el desayuno de hoy para ir con fuerza a buscar nuestro barco.
Probamos otro desayuno típico que también nos encantó y fuimos en busca de nuestro objetivo.
La primera persona que vimos nada más llegar al puerto fue a Vini. Vini es el chico que nos aconsejó ayer que viniésemos hoy a primera hora.
Lo cierto es que aunque no conozcas a Vini, el primer barco que te encuentras es el suyo. Aunque quisieras pasarlo por alto, la música a todo trapo y la cantidad de chavales jóvenes a bordo, llaman la atención.
Pasamos directamente a ver el «Why not?», que es como se llama este house boat, y nos gusta bastante.
La habitación está fenomenal, toda de madera, con una gran cama de sábanas blancas, un ventanal enorme desde donde se puede ver el mar, el baño bastante nuevo de ducha con mampara y la parte de arriba llena de colchones donde tumbarse para disfrutar de las vistas.
Lo que no nos gustó tanto fue el precio, que sobrepasaba en bastantes rupias al que habíamos pensado gastarnos.
Hay que tener en cuenta que era un barco de dos habitaciones, con lo cual alquilarlo para nosotros solos era caro y compartir no nos apetecía mucho.
Por ese motivo, decidimos seguir viendo otros house boat, de una habitación, a ver si el precio mejoraba un poco.
Vini se quedó tranquilo y con una gran sonrisa…a pesar de que no nos decidimos por su barco.
Pronto entendimos porqué se quedaba tan tranquilo: sabía que tenía el mejor barco y que volveríamos.
Después de ver el barco de Vini, los demás se nos hacían poco. Eran viejuchos, menos limpios, con peores habitaciones…en fin.
Cuando estábamos intentando negociar para quedarnos con el barco entero y no tener que compartir, apareció una parejita de ingleses interesados en el mismo barco: Gina y Martin.
Creo que nos caímos bien porque enseguida estuvimos dispuestos a compartirlo.
Gina en realidad es canadiense, afincada en Londres por amor a Martin. Martin, el pobre, malo del estómago por algo que comió el día anterior se pasó todo el viaje tumbado y sin comer.
El hecho de que Martin no pudises comer benefició mucho a Manu, que se comía su comida y la de Martin.
El viaje nos pareció un gran acierto desde el principio. Salimos del puerto a las 12 del medio día y las vistas no dejaron de soprendernos durante todo el trayecto.
El «todo incluído» que se supone que estábamos pagando con el precio final del house boat incluyó:
- Comida a base de arroz y pescado chumascado lleno de espinas del tamaño de mi dedo índice.
- Aperitivo de la tarde a base de café o té y platano frito con comino (sí, yo me pregunté lo mismo: ¿qué pinta el comino con el plátano?, pero estaba bueno)
- Cena a base de arroz y pescado chumascado lleno de espinas del tamaño de mi dedo meñique.
- Desayuno del día siguiente a base de tortilla francesa, crepes de coco, tostadas con mermelada de piña y café.
No nos pareció un «todo incluído» para tirar cohetes pero el viaje fue tan bonito y dormimos tan bien que no le dimos demasiada importancia.
Hasta que el cocinero nos pidió propina cuando nos íbamos…¡como si no hubiésemos pagado ya lo suficiente!
Estuvimos muy a gusto con Gina y Martin, que a la mañana siguiente ya se levantó mejor de su tripita y participaba más en las conversaciones.
Como nos cayeron muy bien y todos nos íbamos al día siguiente al mismo sitio, cogimos juntos el tuktuk a la estación de buses y llegamos juntos al nuevo destino: Varkala.
No me podía reír más con Martin. Subimos al bus que tenía, como todos, la música india a toda pastilla y dice mientras bailotea:
«¡Oh, my favourite song!» (Mi canción favorita).
Justo lo mismo que le pasa a Manué cada vez que subimos a un bus por estas tierras lejanas.
En el bus, compartimos el viaje con varios lugareños, varios mochileros más y un montón de pingüinos y osos polares.
Hay dos tipos de autobuses: los que no ponen ventanas para ahorrarse el aire acondicionado y los que ponen ventanas y curan jamones dentro cuando no tienen que llevar turistas.
En este viaje de bus conocí a la única mujer del mundo que mea más que yo: Gina. Nice to meet you.
Justo cinco minutos antes de llegar a Varkala, cambian la música india y nos ponen a Justin Bieber.
Y así está el gusto musical por estos lugares…
Creo que como pasemos mucho tiempo aquí me hago fan de Justin Bieber y hasta de Auryn si hace falta.
Gina y Martin no son mochileros, ellos van con sus maletas de ruedas a sus hoteles con encanto. Tienen claramente un presupuesto con el que no podemos competir.
Cuando nos despedimos, ellos cogen un taxi al hotel y nosotros nos pateamos la ciudad en busca de comida y alojamiento.
La comida la encontramos pronto, el alojamiento nos cuesta unas horas y un par de cabreos.
A la salida del restaurante negociamos un tuk tuk a la playa, que es donde se supone que están los alojamientos.
Como seguimos sin internet en el móvil no podemos saberlo con exactitud.
El hijo de su madre y de su padre del tuktukero, después de discutir un rato para que cambiase la dirección que le habíamos dicho, nos deja cuesta abajo casi en la arena de la playa, donde no hay ni un sólo hostal ni nada que se le parezca.
Vemos que tenemos que desahacer el camino que acabamos de pagar, subir la cuesta con las mochilas y buscar de nuevo dónde narices vamos a dormir.
Yo maldigo en silencio unos minutos para después agradecer al universo que tengo dos piernas y dinero para coger mil tuktuks si me da la gana, y domir donde me salga del ovario derecho.
Manu maldice en voz alta, le da patadas al aire y hace amagos de asesinar…
Y como siempre, ¿dónde están los tuktus cuando realmente los necesitas?
Pues nada, caminito parriba, nos cuesta un rato llegar a una calle con hostales.
Vemos varias cosas interesantes hasta que nos cruzamos con Santos.
Santos es un niño de unos 13 años que intenta negociar con nosotros una habitación.
Como me da entre pena y admiración que un niño tan joven sea tan negociante, accedo a ver su habitación mientras Manu sigue maldiciendo en voz alta.
Nos mete por unos callejones oscuros y algo alejados de la playa pero cuando llegamos a la casa y vemos la habitación nos gusta muchísimo.
Aunque negociamos un precio bastante bueno se sigue saliendo de nuestro presupuesto.
Manu está empeñado en ver otro sitio que traía en mente. Como no está para que le contradigan, nos despedimos de Santos y vamos a buscarlo.
No habíamos andado más de 2 minutos cuando aparece Santos en su moto para rebajarnos el precio.
Aún así, vamos a ver el sitio que quería Manu y nos acabamos decidiendo por el de Santos.
Nos pide el pasaporte y el dinero, que decidimos dárselo cuando nos devuelva el pasaporte, claro.
Ya es muy de noche, no tenemos hambre y la cama nos llama con mucha fuerza, así que ducha de las buenas y a dormir.
NOS VEMOS MAÑANA MOCHITER@S
P.D: hemos hecho millones de fotos del viaje en barco pero estamos teniendo problemas para pasarlas a la tablet. Lo siento Joaquín ?