Pasear por las calles de Katmanú no es fácil. Es llegar a Bodnath y se te olvida todo.
Tenemos algunos plátanos y galletas en la habitación así que salimos desayunados.
Nos pegamos un buen paseo hasta Patan. Es como un pueblecito a las afueras de Katmandú.
Por el camino paramos a tomar café en una placita, de las múltiples que te encuentras por la ciudad, así por sorpresa.
Un nepalí de los que se acercan mientras degustamos el café me pregunta por mis orígenes y se acaricia la cara, mientras me dice que me parezco a ellos.
Otra de las cosas que nos encantan cuando llegamos a un sitio que no conocemos, es ir caminando a todas partes para no perdernos nada.
Quién lo diría cuando yo soy de las que, en España, van en coche a comprar el pan en la tienda de la esquina.
Sin embargo, pasear por Katmandú no es muy agradable.
El tráfico no es normal en estas carreteras de tierra y piedras. Los viandantes tragamos polvo suficiente para dibujar al carboncillo con lo que sale de la nariz al estornudar.
Por no hablar de que cada vez que quieres cruzar una calle tienes que parar el tráfico. Da igual si estás en un paso de peatones o no.
Aquí los pasos de peatones son adornos como los que se hacen en España en el asfalto el día del Corpus.
Y cuando parece que has conseguido ralentizar el tráfico para pasar…resulta precisamente eso, que has ralentizado un poco el tráfico, pero parar no para ni dios.
Llegar a Patan es un gusto. El tráfico desaparece y ya sólo tragas polvo si te agachas a lamer el suelo, o cualquier superficie. Aquí toooooodo está lleno de polvo.
Lo que encontramos en Patan es indescriptible.
El Golden Temple es de una belleza extrema.
Totalmente intacto después del terremoto, conserva toda su belleza.
En dicho Templo, se nos acerca un nepalí hablando español. Tiene a dos de sus tres hijos estudiando en Madrid.
Me pregunta también por mis orígenes y coincide con el anterior en que parezco nepalí.
Nos hace de guía explicándonos cosas del templo y luego nos invita a su casa para enseñarnos su tienda de pinturas.
La conversación empezó con un: «no os preocupéis que no os quiero vender nada».
Pero ya me conozco yo esa frase y siempre me sale cara.
La última vez que me dijeron eso en Linares me costó 10€ de un libro que tenía 9 faltas de ortografía en su primer párrafo.
Todavía se están riendo las alumnas que había allí conmigo…
Lo bueno es que como no era una situación novedosa, la supimos torear y salimos ilesos.
Sin embargo, nos hubiese encantado comprar uno de sus espectaculares mandalas pintados a mano. Pero un trozo de papel en una mochila durante 6 meses llegaría desintegrado. No merecía la pena.
Después del Golden Temple, el número de turistas empieza a aumentar. Es que estamos en la plaza de Patan, otra maravilla para los sentidos.
Esta plaza, tan cercana al templo anterior, sí que se había visto afectada por el terremoto. Andamios y andamios cubrían gran parte de las estructuras.
Y aún así, seguía siendo preciosa.
Se nos acerca un guía turístico hablando un castellano muy conseguido, para decirme, por tercera vez hoy, que parezco nepalí.
Mami, ¡dime que no es verdad!
Sería muy traumático enterarme tan lejos de que soy adoptada, o peor…
Si no fuera porque no me puedo parecer más a mi padre, me habría asaltado alguna duda.
Las mujeres nepalíes en general son bastante atractivas, pequeñitas y delgadas. Muy guapas algunas.
Pero si me miras a los pies, verás que llevo botas. Si fuese nepalí llevaría calcetines y sandalias, ¿vale?.
Antes de coger un bus al siguiente emplazamiento, comemos.
Descubrimos una forma nueva de cocinar los momos y nos relamemos de gusto.
Luego, cuando encontramos el bus que nos llevará a la estupa más impresionante de Katmandú, desearíamos haber seguido con el paseo.
Los buses se parecen más a furgonetas de ganado que a vehículos públicos.
El tráfico es tal que los desplazamientos se hacen interminables. De llevar las ventanas abiertas ni hablar, si no quieres que al bajar te confundan con un deshollinador.
Si si, en Mery Poppins molaba mucho lo de deshollinar, pero aquí no tiene tanto color la cosa. Aún no he visto a nadie cantando mientras come polvo y humo de tubo de escape.
¡Qué gente más rara!
Al bajar del bus antes de tiempo, porque no habíamos cogido el adecuado, toca caminar otra vez.
Las aceras brillan por su ausencia. Cuando existen, son un amasijo de barro y piedra, lleno de grietas y de altibajos.
Es sábado, como si fuese domingo para ellos, así que está todo cristo en la calle.
Entre esquivar gente, subir a la acera, bajar a la carretera, esquivar dos motos, que te aticen con un retrovisor mientras esquivas las motos, se te pierde tu cari, le agarras la mano al primero que se te pone al lado, después del «sorry» recuperas a tu cari, tragas un poco de polvo, te subes la braga que llevas por mascarilla…¡hasta aquí hemos llegado! ¡Taxiiiiiiiiiiiiii!
Suerte que no hay tuktus, piensas. No me quiero ni imaginar ir por aquí en esas motos de tres ruedas sin paredes, comiendo polución a dos carrillos.
Lo que se lleva aquí es mucho mejor. Se llama ricksaw y es una bici con una estructura detrás para dos personas, conducida normalmente por un señor mayor y donde es imposible no tragar polvo.
Aún no lo hemos probado…y no sé si lo haremos…
Negociamos un buen precio con el taxista para recorrer el km y medio que nos separa de nuestro objetivo. Tardamos unos 15 minutos en hacer un recorrido que debería haber sido de 2.
Bajamos del taxi justo en la puerta del edficio que contiene la estupa de Bodnath y cientos de personas se abarrotan para salir.
Entramos a duras penas, pagamos las 250 rupias obligatorias y al levantar la vista…¡buahhhhh! ¡Im-presionante!
La estupa que vimos ayer en el templo de los monos nada tiene que ver con esta.
La espectacularidad de esta construcción es única. Su estructura redonda da pie a los visitantes a rodearla siempre en sentido de las agujas del reloj, formando entre todos una energía difícil de explicar.
Bodnath, dañada por el terremoto de 2015, fue restaurada hace muy poco a base de donaciones privadas de grupos budistas y voluntarios locales.
Tiendas, restaurantes, hostales y cafeterias, invitan al turista a quedarse un poco más.
Montones de monasterios budistas hacen larga la visita, si no te quieres perder nada.
Subirse a alguno de los miradores y contemplar cientos de personas caminando en la misma dirección alrededor de un monumento de tales características, es realmente bonito.
No pudimos contenernos a tomarnos algo en una terracita de la plaza, aún sabiendo que lo pagaríamos con sangre.
Sin embargo, encontrar una parejita de vascos con los que poder charlar degustando un lassi (bebida de yogurt típica), hizo de la idea una magnífica ocasión para seguir intercambiando impresiones viajeras.
Abandonamos Bodnath para ver el crematorio de Pashupatinath. Impactante visita.
Pudimos ver cómo se realizan las ceremonias a los difuntos. Los cuerpos, en una especie de altares, son quedamos durante 4 horas y lanzados al río después.
A mí no me resultó nada agradable pero había que verlo.
No pensé que me causaría tal impresión.
Lo mejor fue cuando llegamos a la entrada y nos dan el alto. Para entrar hay que pagar 1.000 rupias cada uno y no lo sabíamos.
No llevamos tanto dinero encima y se lo hacemos saber al taquillero.
«¿Cuánto tenéis?», nos pregunta.
Manué se echa la mano al bolsillo y saca unos cuantos billetes arrugados que suman 600 rupias.
Y con eso…¡nos dejan pasar!
1.400 rupias menos de lo que nos habríamos gastado.
Esto en España sería impensable. Si no tienes la pasta que hay que tener no pasas a ningún sitio.
Suponemos que esta deferencia tiene que ver con la desesperación de los nepalíes por recuperar los recursos perdidos con el terremoto. El número de turistas ha bajado y el precio de las entradas a los sitios emblemáticos ha crecido por ello.
En lugar de pensar que estaban perdiendo 1.400 pensaron que de verdad necesitaban esas 600.
Nos supo un poco mal y a la salida hicimos una pequeña donación con un billete perdido que sacamos de la mochila.
Se nos hizo de noche y pensar en coger un ricksaw con el tráfico que había era impensable.
Mucho menos un taxi…no llevábamos dinero.
Así que a casa a patita, que sólo nos quedaba a una hora.
Si ya es difícil caminar por Katmandú de día, imaginaos de noche.
Las calles no suelen estar alumbradas, los semáforos no existen, te las ves y te las deseas cada vez que quieres cruzar de un sitio a otro.
Muerta en vida y con el tibial anterior de la pierna derecha hecho picón, llegamos cerca de casa y ¡a cenar!
Manué tienen antojo de pizza, así que acabamos en un sitio de esos a los que no solemos entrar y donde nos van a cobrar un huevo por una cena que dejará mucho que desear.
Efectivamente. Así fue.
Si un italiano llega a probar esa pizza nos denuncia seguro por pagar por ella.
Por no hablar de las tasas del 10% que te añaden cuando pides la cuenta y que no tienen ninguna razón de ser.
En ningún restaurante de los típicos nepalíes donde comemos siempre nos han cobrado nunca ningún tipo de tasa.
Le mandamos a Marco la ubicación, pero le llega mal y no coincidimos con él hasta que llega al hostal.
Como a mí no me da más la vida, ducha y a la cama.
Quedamos mañana para desayunar y a ver lo que nos depara el día.
BESAZOS MÚLTIPLES