Tulamben es un pueblo que no tiene absolutamente nada más que centros de buceo.
He dicho pueblo, pero es una calle al ladito del mar, con establecimientos a los lados.
Aunque la habitación estaba plagada de arañas, hemos dormido muy bien, el desayuno no está nada mal y tenemos muchas ganas de ver qué esconde el fondo submarino de esta isla.
Llegamos al centro de buceo y el colgado del otro día no está en la recepción…¡Mierda! ¿Se estará cambiando de ropa para ser nuestro instructor?
Enseguida sale otro muchachito muy simpático y me responde a mi pregunta: no, el loco de la colina no será nuestro instructor, nuestro instructor será otro chico francés, muy agradable y con los brazos llenos de pulseras. Así no necesita ponerse lastres para bucear…muy buena idea.
Como ayer apuntaron nuestra talla para darnos la equipación adecuada, enseguida me sacaron un traje de niña, unos escarpines de niña y unas gafas de niña. Ellos dicen que son de niño, pero entiendo que están usando el puñetero género neutro a pesar de que están hablando conmigo, que tengo vagina.
Corramos un estúpido velo…
Tengo que reconocer que con el traje acertaron esta vez, era de niña, muy pequeña. Me hice una herida en un dedo de tanto tirar del neopreno para que la parte de la entrepierna se juntase con mi cuerpo. No lo conseguí.
Y ahora me meo…vete al baño, bájate el neopreno y luego intenta volverlo a subir…Misión imposible.
Menos mal que Manu me ayuda con todo: él agarra mi neopreno, tira hacia arriba con fuerza y yo salto como un conejillo para ver sin la gravedad juega a nuestro favor.
Lo que vamos a hacer hoy no es meternos a bucear directamente. Como llevamos más de un año sin hacerlo, primero haremos un «refresh» para repasar y recordar conocimientos, y luego una pequeña inmersión para ir abriendo boca.
En un ratito con el instructor, nos enseñó bastante más detalles de los que aprendimos en España: ????✊☝????
¡Ay que lío!
Y en inglés, claro está…
Después de esta intensa explicación, nos vamos a la playa. Llevamos encima todo el equipo menos la botella de oxígeno, que ya la han llevado previamente para que no tengamos que cargar con tanto peso.
La playa estaba cerquita, a unos 5 minutos. Cuando llegamos al lugar donde estaban las botellas de oxígeno para acabar de equiparnos para la inmersión, observamos que las 3 botellas son iguales. Iguales de grandes, quiero decir.
De nuevo y contra todo pronóstico, porque hasta ahora habían entendido bastante bien mi problema de tamaño, me vuelven a poner una botella de oxígeno que es casi como yo de alta.
Al instructor no parece sentarle muy bien tener que ir a por otra botella. ¡Qué culpa tenemos nosotros de que hayáis puesto a un colgado en la recepción! Le explicamos perfectamente que yo necesitaba una botella pequeña, pero estaba demasiado ocupado diciendo tontás y movimiéndose de un lado para otro.
Bueno, al final conseguimos equiparnos y meternos en el agua. La temperatura era perfecta y el agua estaba súper clara y súper limpia.
Nos ponemos las aletas dentro del agua, lo que no es tarea fácil al menos para mi, y vamos que nos vamos.
Esta vez no hubo dolor de oídos, ni ningún percance extraño. El chaleco funcionaba como tenía que funcionar, el lastre que llevaba era el adecuado y yo me mantuve tranquila en todo momento.
Después de repasar los conocimientos técnicos, preparar el equipo y sumergirte, te queda hacer otros cuantos ejercicios con el profe, pero ya en el fondo del mar.
Por señas, nos va invitando uno a uno a recuperar el respirador en caso de pérdida, a usar el respirador de emergencia, a quitarnos las gafas y volverlas a poner, etc.
No es mi parte favorita, pero creo que es muy necesaria para poder hacer frente a cualquier problema que pudiese aparecer.
Después de esto, nos queda media hora para bucear, así que vamos aprovecharla.
Se ven peces de todos los tamaños, formas y colores. Lo que más ilusión me hizo encontrar fue gran cantidad de estrellas de mar y un pez manta pequeñito, que Manu dice que era un lenguao.
Además, en la zona en la que estuvimos buceando, había ciertas figuras de piedra en el fondo, junto a un Buda tumbado, que todo lleno de musgo y rodeado de peces tenía un aspecto curioso.
Ni pasé frío, ni nervios, ni nada parecido, pero me cansé mucho.
Me cansé tanto que cuando salí decidí que ya había tenido bastante buceo hasta el año que viene. Sin embargo, habíamos reservado 3 inmersiones más y no me dio tiempo ni a reaccionar.
Al ratito, después de bebernos un té, ya estábamos otra vez en el agua.
La segunda inmersión fue un poco frustrante. Las gafas se me empañaban tanto que a penas veía y en el fondo de la zona de buceo había más buceadores que peces.
Es normal, teniendo en cuenta que debe haber unos 15 centros de buceo en la misma calle.
Esta sí que va a ser la última…por ahora…
Sin embargo, Manu no ha tenido suficiente, y le convencen para volver a bucear mañana a las 5:30 de la mañana. Muy buena hora esa para levantarse, pero yo me voy a quedar buceando en la piscina, que no me cansa tanto.
Después de la mañana de buceo, encontramos un sitio de estos locales y baratísimo para comer, pasamos la tarde en la piscina del hostal y nos damos cuenta de que somos los únicos huéspedes.
Eso nos gusta, no tenemos que compartir las zonas comunes ni los pipís de nadie en la piscina.
Nos llevamos una gratísima sorpresa cuando volvemos de bucear y nos percatamos de que nos han limpiado la habitación de arriba a abajo. ¡Oleeeeeeee! ¡Palmas, palmas!
A buenas horas mangas verdes, que mañana nos vamos. A lo mejor es algún tipo de chantaje emocional para que nos quedemos más tiempo…Casi picamos…
Pero no, al día siguiente seguimos nuestra ruta, queremos llegar al Monte Batur, a ver el lago Batur y acercarnos un poquito más al volcán que sirve de reclamo turístico en esa zona.
No te va a extrañar que hiciésemos un trayecto de hora y media, por una carretera de montaña cuesta arriba, llena de curvas, con unos agujeros en el suelo magníficos para ir en moto y con el cielo amenzando tormenta.
Segurísimo que había otra forma de subir, pero ya sabes que los caminos fáciles no nos gustan. Y al gps tampoco.
Se me había olvidado lo que era pasar frío…En esa zona debe haber microclima. Nosotros en ropa de playa y allí cayendo chuzos de punta.
Cuando conseguimos llegar al pueblito que hay en el valle, lo primero es buscar alojamiento. Por internet no hemos encontrado nada que nos haya convencido y preferimos ver los hostales en persona.
Los baratos no cumplían con las condiciones mínimas para dos personas que acaban de ser atacadas por chinches, y los caros no cumplían las condiciones mínimas para pagarles lo que pedían.
Así que nada, ya hemos visto el pueblito, el laguito y el volcancito. Vamos a comer y seguimos con la ruta.
Tengo que contarte que, aunque parecía que los chinches sólo se habían cebado con Manué, varios días después están empezando a aparecer mis picaduras.
Sí, esto puede parecer inverosímil pero es cierto como que ahora me parezco a Nina la de OT.
Los chinches te pican y las picaduras pueden tardar varios días en aparecer. Suerte que las mías no molestan demasiado. La reacción que le provocan a Manué cuando le pican, nada tiene que ver con los efectos que me provocan a mi, que ni me entero.
Según subíamos por otro camino para salir del valle dirección a nuestra querida Ubud, nos paramos en un restaurante y aprovechamos para sacar las sudaderas.
Antes de sentarnos siempre miramos los precios de la carta para no llevarnos sustos. Este restaurante parece asequible y tiene vistas al lago y al volcán, así que nos quedamos.
La segunda vez que miramos la carta, dispuestos a pedir la comida, nos damos cuenta de que no habíamos visto que el 21% de tasas no estaba incluído en el precio.
No nos queda otra que levantarnos e irnos.
En ese momento, llegan los camareros que nos habían atendido con mucha simpatía y les explicamos que nos tenemos que marchar porque con el 21% de tasas la comida se nos va de madre.
«¡No os preocupéis, os cargamos sólo el 10%, ¿vale?!», nos dice el que parecía el jefecillo.
Aceptamos. Habían sido muy agradables.
Sin tener en cuenta que cuando nos han visto bajarnos de la moto con las pintas que llevábamos nos han preguntado si veníamos de hacer algún treking. No hijo no, no acostumbramos a hacer trekings en chanclas de piscina cuando de un momento a otro va a caer la del pulpo.
Manu dice que no va a llover, pero…¿qué te juegas?
Comemos divinamente y nos tomamos la libertad de pedir postre. Después, vuelta a la moto y camino de Ubud, a ver si encontramos un alojamiento en condiciones.
Esta vez, la carretera es buena y no hay demasiado tráfico, pero claro…a los 5 minutos empieza a llover con ganas.
¡Lo sabía! No porque yo sea muy lista ni tenga habilidades especiales para predecir el tiempo, sino porque el cielo llevaba negro todo el día y hacía frío y viento. Blanco y en botella.
Lo cierto es que me importa un pimiento mojarme. Me gusta tanto la idea de volver a Ubud que voy muy contenta.
Vamos a ver dos alojamientos que nos han gustado en booking y luego ya reorganizamos los planes para los próximos días.
En principio habíamos quedado en reencontrarnos en Lombok con Silvia e Isaak, pero no nos apetece mucho el tema barcos…Volver a reunirnos nos apetece mogollón, pero la decisión aún está en el aire.
¡Miss you guys!
Te sigo contando más pronto que tarde.
BESITOS Y ABRAZITOS VARIOS