Sufrir para aprender se convierte en necesario en muchas ocasiones. Sería maravilloso que todas las señales de la vida nos llevasen a transitar hermosos caminos, pero no siempre puede ser así.
Lamentablemente, el ser humano aprende mejor después del sufrimiento. Es rara la persona que aprende a base de vivir sólo cosas positivas.
Cuando nos damos una gran ostia y sabemos ver el aprendizaje que lleva implícita, nos sirve mucho más que las lecciones que vienen con flores y vestidas de blanco.
Sufrir para aprender puede ser la garantía para no volver a repetir aquello que nos provocó el sufrimiento.
Para seguir con este relato, es importante que hayas leído la primera parte, te la dejo aquí por si quieres recordarla.
Después de abrir el negocio, sintiendo el apoyo incondicional de mis queridas libélulas, empezó una etapa de mi vida marcada por grandes enseñanzas.
A pesar del miedo, creo que he sabido tomar mis decisiones muy bien…
Como te decía en el relato anterior, las señales no siempre nos llevan a transitar caminos de luz. A veces, atravesar las sombras es el mejor camino para el propio crecimiento.
Seguro que a ti también te ha pasado. La vida te ha puesto delante situaciones terribles que te han ayudado a evolucionar y a aprender a enfrentarte a ella de otra manera.
DESPUÉS DE LAS LIBÉLULAS
Con mi negocio funcionando y mi matrimonio inminente, la vida me sonreía y no me podía creer la suerte que estaba teniendo.
Había llegado a un sitio donde nadie me conocía, había abierto un negocio que empezó a funcionar al 100% desde el primer momento y tenía a mi lado al príncipe azul que salía en las pelis de Disney.
¡La vida era maravillosa!
Las señales de la vida me lo habían puesto muy claro y gracias a que fui capaz de escucharlas estaba viviendo en un cuento de hadas.
O eso creía yo…
ATEA Y CASADA POR LA IGLESIA
Si sueles leer lo que escribo, sabrás la importancia que tiene para mi el amor. Creo que es un sentimiento, emoción o estado de enajenación mental, llámalo como quieras, que cuando te afecta te hace vivir en un estado de plenitud inigualable.
Así me sentía yo: plena, completa, segura, tranquila, feliz.
¡Por fin, ahí se acababa todo!
Mi vida ya había llegado donde tenía que llegar: había encontrado a la persona con la que quería compartir el resto de mi vida. Lo demás era secundario.
Aunque mi visión de la religión nada tenía que ver con la visión de mi futuro marido, él era tan creyente, y yo estaba tan enamorada, que me hacía muchísima ilusión poder complacerle cumpliendo uno de sus grandes sueños: casarse por la Iglesia.
Él ya se estaba encargando de cumplir los míos, amándome y cuidándome como nunca nadie lo había hecho.
Es cierto que aunque me casé por la Iglesia por cumplir los deseos de mi pareja, puse mi toque personal y ni siquiera comulgué el día de mi boda…Pero allí estaba vestida de blanco, escuchando a un cura y rodeada de figuras de santos.
Cuando en realidad yo quería vestirme de rojo, de corto y contrartar a un coro góspel ?
Aunque no estaba en mi salsa, me metí tanto en el papel que incluso me emocioné en la ceremonia…Jamás me había imaginado que mi vida amorosa culminaría de este modo, a los 27, y con una persona tan especial que me haría pasar por el altar.
De hecho, justo antes de conocerle, ya me había resignado a pensar que jamás encontraría a nadie con quien encajase y que me quedaría estupendamente soltera para siempre. Sí, «estupendamente soltera» que se está tan a gusto. El problema es que sólo nos damos cuenta cuando tenemos pareja ?
Lo que te decía, que tenemos que sufrir para aprender, sino nos cuesta la vida…
A la ceremonia religiosa le sucedió una gran fiesta, ¡y eso sí que fue a mi estilo!: mucha gente, mucha música y mucho baile.
Yo había pasado por la vicaría, ahora le tocaba a él pasar por el fiestón.
Viendo el vídeo de boda ya había algo que no encajaba: estuvimos muy juntos en la iglesia, porque nos sentaron uno al lado del otro como es costumbre…
Sin embargo, en el baile, no nos vimos en toda la noche.
Cada uno estaba a lo suyo…
UN MATRIMONIO PECULIAR
Hay que reconocer que nuestro matrimonio no era nada típico. Éramos dos personas jóvenes, con similitudes y diferencias, que trataban con libertad a la otra parte, dejándola ser ella misma.
O eso me parecía a mi…
Lo que debía haber sido una ventaja considerable, acabó haciéndonos vivir a cada uno en su mundo. Un mundo en el que el otro no tenía el hueco que merecía.
Aunque empezamos a alejarnos muy pronto, yo no me daba ninguna cuenta. Había problemas por mi parte, que yo me encargaba de intentar solucionar haciendo terapia, pero que en ningún momento relacionaba con mi matrimonio.
Y sigo sin relacionarlos.
Por aquel entonces, yo hacía terapia por cosas mías, que nada tenían que ver con mi pareja, ni con la vida que estaba iniciando.
Creo que él no pensaba lo mismo.
Mientras el barco se hundía, yo fantaseaba pensando que la terapia me haría mucho mejor persona y de esa manera mi matrimonio crecería aún más.
No era capaz de ver que fue un matrimonio que nació en coma y no iba a salir de ahí.
Había momentos en que nos comportábamos como una pareja normal, tanto dentro como fuera de casa. Pero en la mayoría de los momentos éramos dos islas a las que el mar acercaba a veces, sin llegar nunca a juntarlas.
EL PRINCIPIO DEL FIN
Cuando empecé a darme cuenta de que mi matrimonio estaba herido de muerte, como defensora de las causas perdidas que soy, pensé que sería capaz de salvarlo.
Si las señales de la vida me habían traído hasta esta situación tenía que ser por algo. Seguro que lo podíamos solucionar, seguro que pronto aparecerían más señales para indicarme el camino.
Me equivocaba y me tocaba sufrir para aprender.
La persona con la que me había casado no existía. Ese hombre ya no era la persona de la que me había enamorado perdidamente. Aún así, me empeñaba en intentar sostener una situación insostenible.
Me atrevería a decir que él también lo intentaba a veces. Estoy casi convencida de que hacía tiempo que quería dejarme pero que, al mismo tiempo, aún se engañaba en ciertos momentos pensando que éramos un matrimonio con futuro.
Y quizá, cuando se daba cuenta de su error, me culpaba a mi en un intento de salvarse a él mismo.
Con mi príncipe azul desteñido y mi autoestima por los suelos, sentía que ahí ya no había nada por lo que luchar y me rendí. Aunque más que rendirme yo diría que es más acertado pensar que simplemente tuve que aceptar la situación con dignidad.
LAS SEÑALES DE LA VIDA ME JUGARON UNA MALA PASADA
El día que mi marido me pidió el divorcio, era sábado. Recuerdo que había quedado para salir a bailar salsa con unos amigos. Y eso hice.
Totalmente en shock, me arreglé para salir y me fui a bailar, en un esfuerzo por borrar de mi mente lo que estaba pasando.
No recuerdo nada más de esos días.
- No recuerdo a qué hora llegué esa noche,
- ni qué pasó al día siguiente,
- ni cuántos días pasaron hasta que me tuve que marchar de nuestra casa.
Lo que sí recuerdo es cómo llorábamos los dos cuando acepté su decisión y cómo era eso de dormir a su lado, sabiendo que todo estaba perdido.
También recuerdo que no había libélulas…
¿Dónde estaban las señales ahora?
¿Por qué mierda me habían traído hasta aquí?
¿Cuál era el camino?
De pronto, todo había dejado de tener sentido para mi.
Sufrir para aprender, ese era el camino
Como no descarto la idea de publicar un libro sobre mi vida, algún día, y a petición de una de mis mejores amigas?, no revelaré datos morbosos, ni desagradables, sobre todo por preservar el respeto y la intimidad de las personas relacionadas con esta historia.
El día que me ofrezcan mucha pasta por mi libro, ya veré qué hago con ese respeto y esa intimidad.
¿No es así como funciona esto??
De todos modos, hay que tener en cuenta que esta es mi versión, única y exclusivamente mi versión, mi forma de vivir aquello y mi forma de sentirlo.
El divorcio fue realmente traumático para mi.
Me vi en una ciudad que no era la mía, donde todo mi círculo social era su círculo social, donde mi única familia era su familia y donde mi única casa se había convertido en su trinchera.
Lo que en un principio había sido un divorcio por las buenas, sin mayores impedimentos y con mucho respeto por ambas partes, se convirtió en una guerra donde yo no tenía armas, ni entendía por qué tenía que sacarlas.
Fui yo la que tuve que irme del piso que compartíamos, de casa en casa hasta que conseguí alquilar un piso para mi.
Las amigas que me acogieron en ese momento tan difícil de mi vida, tendrán más recuerdos que yo de aquellos días. Esos días en los que me iba a trabajar como una autómata y luchaba por no hundirme del todo.
Esos días en los que dormía en casas ajenas y tenía que pasar por la «mía» cuando necesitaba algo de ropa.
- Tenía que usar nuestro ascensor,
- abrir nuestra puerta con nuestra llave,
- entrar en aquel piso que había sido nuestro nido de amor
- y sacar de nuestro armario la ropa para los próximos días.
Y así tuvo que ser hasta que encontré un nuevo hogar y pude hacer toda la mudanza.
¡Gracias amigas! ¡Os debo la vida por haberme acogido en vuestras casas y en vuestros corazones en esos terribles momentos!
Mi madre, enseguida se plantó allí conmigo, para sostenerme.
Ella, mi maleta y yo, estuvimos un mes entero, con sus días y sus noches, de casa en casa, rehaciendo mis pedazos.
Mi padre y el resto de la familia (tíos y tías incluidos), venían cada fin de semana para ayudarme a trasladar mi vida de un lugar a otro, en las mejores condiciones y sin sentirme sola en ningún momento.
¡Qué suerte de gente que me rodea!
EL MOMENTO DE MARCHARSE
Ante toda esta situación tan desagradable, todo mi entorno pensó que era el momento de volver a casa.
Mis amigas y familia, entendían que después del divorcio mi vida allí no tenía sentido.
A pesar de tener un negocio propio que me llenaba completamente y que me daba un buen sueldo, pensaban que al fracasar mi matrimonio ya no tenía nada que me atase allí.
Pero yo no estaba de acuerdo.
Mi negocio era para mi la fuente de todas mis alegrías.
Rodeada todo el día de personas maravillosas, trabajando en lo que me apasionaba, ganándome bien la vida y con un horario bastante bueno para ser autónoma, no tenía motivos para cerrarlo y marcharme.
- Las señales de la vida me habían llevado hasta allí por algo
- Me estaba divorciando por algo
- Estaba sacando adelante mi negocio por algo
- Y tenía que quedarme para saber por qué
No quería volver a huir cometiendo los errores que cometí años atrás.
Había aprendido mucho de todo aquello y necesitaba ponerlo en práctica.
Si había que sufrir para aprender, se sufría y punto.
Me iba a quedar en Linares, iba a seguir trabajando con entusiasmo y disfrutando de mi negocio, y ya veríamos por qué la vida me estaba poniendo en esta situación.
Te pido disculpas por tener que guardarme cosas, cuando siempre te digo que no te voy a mentir. Lo único que pretendo es poder contar mi verdad, sin ofender a las personas que tienen otra verdad diferente.
Prometo no guardarme nada que pueda servirte a ti en tu propia evolución. Del mismo modo, si quieres saber algo más…
¡TE ESPERO EN LOS COMENTARIOS o poniéndote en contacto conmigo a través de la página de CONTACTO!
Me encantaría saber si has pasado por una situación parecida o si tienes algo que aportar.
TUS OPINIONES ME ENRIQUECEN
MUCHAS GRACIAS Y MUCHO AMOR
Seguiré muy pronto con la tercera parte, que a esto le queda mucha tela que cortar aún ☺