Parecía que nunca iba a llegar el momento.
Los días previos a la salida fueron agónicos.
A pesar de llevar meses con la idea, los preparativos se dejan siempre para el final, y se te juntan las despedidas con las compras, con los papeleos y con unos nervios que no te dejan ni dormir.
La noche de antes te acuestas tarde, te levantas con tiempo no vayas a perder el avión, y aún así no llegas todo lo pronto que te hubiese gustado.
Nos acompañan los papis al aeropuerto, ellas muy emocionadas y tristes y ellos como el que ve llover, que se nos note nada.
Estábamos como locos por subir al avión y empezar el viaje. Eso no quita que pasemos el control y nos giremos medio millón de veces a tirarles besos a los que se quedan trás la barrera.
Todo va sin imprevistos y embarcamos sin problema.
Nada más subir al avión ya nos emocionamos. ¡Menudo pepino!
Si estás acostumbrad@ como yo a ryanair o iberia, subirte en Qatar Airlines te parecerá impresionante. Avión gigante e hipermegalimpio, llegas a tu asiento y te esperan una mantita, una almohada y una pantalla táctil de ordenador para ti sola, donde puedes ver desde pelis en todos los idiomas, series, escuchar música o seguir el itinerario que lleva el avión.
Me toca ventanilla. Me alegro y miro a Manué que está a mi lado. Al otro lado un señor de aspecto hindú que se queda dormido desde antes de sentarse.
Lo miro, me compadezco. Por las mañanas hago pipí cada 20 minutos. Me tenía que haber cogido pasillo.
¿Tendrá wc particular el asiento? Cacharreo en la pantalla táctil por si encuentro la opción «mea sin moverte de tu asiento». Pero no, no la tiene.
El vuelo sale a las 10 y aunque prevemos que nos darán de comer sacamos unos sándwiches para desayunar, ahora que nos entra la comida. A las 6 de la mañana y con los nervios no había quien desayunase.
Esperamos al despegue y comemos algo.
Fue terminar de desayunar y aparecer las señoritas azafatas con los carritos de la comida, ¡a las 11:30!.
Yo que, aunque soy de poco comer, no sé muy bien cómo estará la comida allá donde vamos, decido no arriesgarme a pasar hambre y aunque probablemente reviente, pruebo la comida del avión.
Riquísima oye, con tu postre, tu bebida, tus cubiertos de metal…si no fuese porque en Qatar no puedo besar a mi cari en público, nos quedábamos aquí.
Con el estómago bien lleno, nos ponemos una peli y después echo una cabezadita. Ventaja de ser pequeñita: que puedo estirarme y dormir en cualquier sitio.
Estaba medio grogui cuando a las 2:30, nos ponen la merienda. Oye que empacho. Pero tenía tan buena pinta que a ver quién se negaba.
El caso que aguanté muy bien el tema del pipí, pero tantas horas después no me quedó más remedio que ir. Ahora que si lo llego a saber…¡voy antes!
El baño era para quedarse allí a vivir: jabones, varios tipos de papel, toallitas, espejo de aumento, colonia…así que allí echo un rato bueno.
Y cuando mi compi iba ya por su tercera película llegamos a Qatar.
Menudo aeropuerto se gastan. Menudas tiendas. Menudos deportivos en promoción y tiendas de joyas a lo bestia.
El siguiente vuelo lo cogemos en unas horas así que pensamos (uso el plural para no echarle la culpa siempre al mismo) que hay que pasar la aduana y hacemos una cola de más de media hora.
A pesar de que intento reorientar la situación y pregunto si esa cola era necesaria, mi amol insiste, así que la hacemos.
Efectivamente, no era necesaria.
Con el pelo casi rapado, las botas de montaña y las pintas de mochilera que llevo, sin una gota de maquillaje, parezco UN terrorista…cuantas más aduanas evitemos mejor por favor.
De hecho, totalmente conforme con mi look masculino, entro sin darme cuenta al baño de hombres cuando sale un muchacho hindú y me pregunta: «ladies?».
-«¡Oh yes yes, ladies, sorry!»
¿Cómo se habrá dado cuenta?
Ahora que Manué se ha echado novio habrá que tener cuidado especial con las muestras de cariño, que la homosexualidad no está muy bien vista.
El tiempo de espera se hace corto y embarcamos otra vez, pero en esta ocasión con SriLanka Airlines…igualiiiiiito igualito que antes.
Un avión viejito, con la tapicería desgastada, con las pelis de la pantalla táctil sólo en 3 idiomas y con la comida un tanto asquerosa. Pero nos la comemos igual vaya.
Sin embargo, a la entrada del avión nos reciben con una sonrisa y las manos juntas delante del pecho en señal de respeto, y esos gestos a veces son mejor que los lujos.
Aquí el que no se consuela es porque no quiere.
Por fin, después de 15 horas de avión llegamos a Sri Lanka, ¡no nos lo podemos creer!
La diferencia con el aeropuerto anterior es considerable. Mientras en Qatar se venden joyas y deportivos, en Sri Lanka puedes encontrar lavadoras de segunda mano.
Lo primero, cambiar dinero y coger una tarjeta para el móvil, después, buscar bus que nos lleve a Negombo, que es donde queremos pasar la noche.
Vienen a ser las 6 de la mañana aquí, pero la ciudad está bien despierta. Aún no hemos salido del aeropuerto cuando ya nos han acosado 20 taxistas.
Buscamos bus pero nos dicen que no existen a Negombo, típica táctica para atraer turistas a los taxistas. No picamos.
Pero de repente empieza a diliuviar y los tuk tuks nos ofrecen sus servicios. Negociamos y conseguimos que nos lleve por lo que consideramos un precio razonable.
En la carretera se mezclan los coches con los autobuses, tuk tuks y motocicletas, en una lucha constante.
Los claxon no dejan de sonar y los niños en bici que van a la escuela utilizan los mismos carriles que el resto de vehículos.
Nuestro tuk tuk está a punto de estamparse en más de una ocasión, pero conseguimos llegar sanos y salvos.
Negombo parece una ciudad caótica. Calles llenas de vehículos y barro, montones de cuervos por todas partes y los claxon suena que te suena.
Nos pegamos una buena caminata buscando alojamiento. Mochila a la espalda y con un calor considerable, recorremos la ciudad hasta que encontramos un sitio decente y barato.
Una vez en encontrado, lo primero es darse una ducha.
No hemos visto ni un baño con mampara…la ducha está pegada a la pared sin más, bien cerca del retrete por si luego te quieres dar un baño.
Y yo insistiendo a mi padre porque la mampara de casa se salía….Aquí eso no les preocupa.
Como estamos muertos en vida, después de la ducha buscamos para comer y nos sentamos en un restaurante bien austero donde nos sirven un plato de arroz (es la tercera comida consecutiva basada en arroz) con patatas, judías verdes, algo parecido a lentejas amarillas y un poco de «pollo».
Con la primera cucharada se te saltan las lágrimas de lo que pica. Y yo que estoy algo resfriada noto como se despejan mis vías respiratorias.
Después paseo de 5 minutos por la playa, en la que no me meto ni cobrando.
A las 12:30 del medio día estamos durmiendo, después de casi dos días sin pegar ojo.
Os escribo estas líneas desde una cama gigante de sábanas blancas y limpias rodeada de una gran mosquitera. Mucho mejor de lo que esperábamos. Tenemos toallas limpias que formaban dos patitos cuando hemos llegado. Creo que por 2000 rupias, que vienen a ser unos 13 euros, no está nada mal.
Ya iremos cogiendo el tranquillo a esto de negociar.
Manué se ha encontrado una cucaracha gigante en el baño pero el incidente ha sido solventado, no quiero ni saber cómo.
Cuando me iba a poner a escribir se ha ido la luz y nos han traído una velita. Pero al cabo de unos minutos ya estaba todo solucionado.
Ahora mismo son los 23:21 y en la calle ya no se escucha un alma.
Os dejo que aquí amanece muy pronto.
Estamos tan a gusto que no nos vamos a poner ni el repelente.
Bichitos, ¡no tocar please!