¡Hoy es noche, noche buena y mañana Navidad, cógete una intoxicación y a la cama a descansar! Ande, ande, ande…
Ponedle ritmillo a eso que conocéis la canción de sobra.
Estamos regular nada más y hoy es Nochebuena.
Nos vamos a tener que meter en el Río del Amor con un buen cargamento de agua y limón.
Al entrar en la habitación me vuelvo loca…
¡Y me cargo a los cisnes!
Esta noche no quiero pajarracos de ningún tipo por aquí. Ni gallos, ni cisnes, ¡ni nada!
Y cuando entro al baño…¡Me encuentro con este lavabo!
¿No es cuqui?
El plan para hoy es: no comer nada y no moverse mucho.
Suerte que aquí eso de la Navidad no es como en España y esperamos que no se monte mucha fiesta por los alrededores.
Nos jode la vida intentar poner la tele y que todo salga en thailandés, pero para eso tenemos la maravillosa tablet que me regalaron mis niñas y podemos ver lo que queramos.
El día pasa sin pena ni gloria, aunque estamos rodeados de un entorno precioso.
Desde primera hora de la tarde de aquí y primera hora de la mañana de allí, nuestros teléfonos se vienen arriba con cantidades de mensajes de felicitación.
¡Gracias de corazón a tod@s!
Lo mejor del día sin duda es poder hablar con la familia y recibir todos esos mensajes de amigos de todas partes.
La que primero nos llama es mi hermana Irene con la joya de la familia en brazos. Mi pequeño bebesote, que ya pesa más que su tía, nos alegra el día sólo con verle en la pantalla del teléfono. Echamos en falta al cuñi Juan.
Más tarde, mis padres, mi pequeña Nú y mi grande Sergio, junto con el abuelo, luchan por escucharnos desde el otro lado del mundo.
¡Qué bonito es verles aunque no sepas lo que están diciendo!
Justo después, los abuelos paternos de Manué, la tita Luz y las primas Gema y Rocío, nos llaman también y tenemos el placer de hablar un ratito con todos ellos.
¡Qué alegría inesperada!
El día va pasando, en el cuerpo llevamos sólo agua con limón y el más mínimo olor a comida nos recuerda que tenemos hambre.
«Quieres que salgamos a comer algo, cariño», me dice Manué.
«Yo por tí, eh, que yo no voy a comer nada», añade después ?
¡No se lo cree ni él!
Hacemos el intento de cenar ligerito y buscamos un sitio barato, pero decente.
Caminando por la calle, pasamos por un restaurante donde una señora sentada sola en una mesa, degustaba una pizza gigante que hace que Manu se pare en seco.
Se le abren los ojos como platos y no puede dejar de mirarla.
Hasta que no tiro de su brazo para que siga caminando y deje de incomodar a la señora, no reacciona.
A punto estuvo de sentarse allí con ella y esperar a ver si le sobraba algo.
Me parece que en cuanto nuestro estómago vuelva a su ser, este va a ser el primer sitio que vamos a visitar.
Finalmente, nos sentamos en una terracita a degustar nuestra cena de Nochebuena.
Manué se pide un arrocito blanco con tortilla francesa y yo una sopita de verduras.
Tenemos miedo a que igual que entra la comida, salga después.
¡Pero no!
Parece ser que nos sienta bien y nos calma un poco la sensación tan rara que teníamos en el estómago.
¡Y esa es nuestra cena de nochebuena!
De vuelta al Río del Amor, volvemos a ver a la bailarina profesional que os comentaba en al anterior post.
Hoy, una leve sonrisa se dibuja en su cara. ¡Será que es Navidad!
Va vestida peor de lo que iba ayer, si es que eso es posible.
Sus movimientos no han mejorado nada desde la última vez y aún así, se permite el lujo de pararse de vez en cuando a limpiarse la roña de las uñas.
Según nos acercábamos un poco más a ella, percibíamos algo extraño…
Llegamos a la conclusión de que esa señorita no era una señorita.
Casi seguro que era un señor…
¡Que da igual! Eso no explica nada.
Sólo lo añado como dato.
Ya en la habitación, buscamos una peli que amenice nuestra velada y damos con «Resacón en las Vegas, ellas también».
La versión femenina de la peli esta de machotes que causó tanto furor.
La verdad que yo no pensaba que era tan graciosa hasta que la ví, y a Manu le encanta.
Aún así, pone pegas para ver la versión femenina.
Entonces me sale la vena feminista y no le queda más remedio que ceder.
Así que acabamos viendo, enterita, un mojón de película por pura cabezonería sexista.
Al final teníamos hasta curiosidad por saber cómo terminaba.
El día se acaba y no hemos podido hablar con el resto de la familia de Manu, pero mañana también se reúnen y podemos intentarlo.
La cama es tan fabulosa que dormimos genial.
Nos levantamos descansados y con la tripa en orden, mientras en España aún está empezando la fiesta.
Parece que puedo ver a mis amigas por un agujerito, cantando canciones de hace millones de años y haciendo alarde de una amistad que crece con el tiempo.
¡Os echo de menos!
Nada más abrir los ojos, enciendo el móvil y casi saltan chispas.
Los mensajes, los vídeos y las fotos de felicitación inundan nuestros móviles.
¡Gracias papi por esas fotos de la cena familiar!
A ritmo de canciones de navidad de Elvis Presley, nos vamos entonando.
Hace poco que descubrí que cuando suena Elvis ¡mi cari se transforma!
Le sale tupé, se le agrava la voz y de las piernas le nacen movimientos extraños combinados con gestos faciales inimitables.
¡Me encanta el espectáculo!
Esta noche le saco al mercadillo nocturno, le pongo un cestito delante y ¡a hacer caja!
A las 11 de la mañana viene el señor Huevo Frito a recogernos en el Río del Amor, para devolvernos a su resort.
Hace un día maravilloso y queremos recuperarnos un poquito más, antes de salir esta tarde a devorar una pizza gigante, como la de la señora de ayer.
Nos hacemos un desayunito rico y pasamos el día en el resort, cada uno a sus cosas.
Habíamos leído que de 16:00 a 18:00 las pizzas gigantes estaban a mitad de precio. ¡No veíamos el momento de que llegasen las 4!
A las 3:30 ya estamos recogiendo para plantarnos en el restaurante a degustar nuestra comida-cena de Navidad.
Empezamos con un cervezote mientras llega la pizza. Casi ni hablamos del hambre que tenemos.
¡No podemos pensar en otra cosa!
¡Y llegó por fin!
¡Era gigante y tenía un pintaza…!
Nos pareció tan grande que le preguntamos a la camarera si era posible llevarse las sobras.
Además, en el restaurante tenían unas vitrinas llenas de postres que no iba a poder resistirme a probar.
Empezamos a nuestro despacio, degustando cada bocado, ¡hasta que nos la terminamos!
Ganó Manué con un 5-3 y, aún así, no fui capaz de pedir postre.
Preferí pasear un rato por el mercadillo para bajar la pizza y poder pedirme un crepe en algún puestecillo ?
Volvimos a casa más felices que unas perdices. Con el estómago bien lleno y a la mitad de precio.
Lo mejor del día de Navidad, a parte de la pizza, fue poder hablar por fin con el resto de la familia de Manué.
Sus papis y mis suegris, la abuela Carmen, la tita Mary, la tita Tere y Antonio, Almudena y Juan Andrés y la pequeña Julia, que ya no tiene nada de pequeña.
Nos faltaron la tita Noni, Paco, Tania y Adrián, y también nuestra otra tita Tere Moreno. ¡Ojalá en otra ocasión!
Del mismo modo que me hubiese encantado poder ver a todos mis tíos y todos mis primos juntos en la cena de nochebuena. Al menos mi madrina Mary, mi tía Tere y mi prima Ana, se acordaron de felicitarme de forma especial. ¡Graciaaaassss!
Y con todos los que no pudimos hablar:
¡Os echamos de menos también! ¡A todos!
Fue muy gracioso cuando le contamos a la abuela Carmen que aquí los mosquitos son enormes y los vuelos en avión son muy caros y rápidamente lo arregló.
¡Pues subíos a un mosquito y volved a casa ya!
Después de todo esto, nos apetecía ver una peli y meternos en la cama.
Os recomiendo a todos el documental sobre Aaron Swartz. Murió en 2013, a los 26 años, de una forma trágica pero dejando un gran legado.
¡Y ni siquiera me sonaba su nombre!
Supongo que a vosotros tampoco. ¿Por qué?
Merece la pena hacerse esa pregunta y muchas otras después de verlo, os lo aseguro.
Mañana toca día de turisteo total.
Cogeremos una motillo de esas que tanto nos gustan y recorreremos todo lo que tenga algún interés.
Eso, si no tenemos que dejar el pasaporte claro…
DESEO QUE ESTÉIS PASANDO UNAS FIESTAS GENIALES
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