Nos hemos equivocado con este país. Aquí no vale la improvisación. ¡Necesitamos salir de India!
Nos levantamos muy descansaditos y buscamos un restaurante sobre el que había leído Manu buenos comentarios.
En busca del restaurante, descubrimos la zona de playa que no habíamos visto ayer.
La playa de Varkala tiene mucho encanto y los hostales y tiendas de la zona llenan todo de color.
Nos apretamos un desayuno de esos para el recuerdo y cuando salimos del restaurante damos un paseo por las tiendas.
El acoso al que te someten para que pases a comprar algo demasiado.
Como los pantalones de elefantes de Manué hubo que tirarlos porque el agujero de la entrepierna ya no era un agujero sino un boquete, vamos a comprarle otros pantalones a este hombre.
Además, llevo días intentando que se compre alguna camiseta porque se le ha ocurrido traerlas todas blancas…
Eran blancas hace un mes, ahora no sabría especificar el color.
Resulta que quiere unos pantalones de esos cagados tipo yogui, de los que no le gustaba que me pusiera yo cuando le conocí.
Cuando me aficiono a las mallas y tiro todos mis pantalones cagaos, mi chico se hace hippie y se los compra él.
Pasamos por una tienda y no soportamos la insistencia de la muchacha, así que pasamos.
Le enseña varios pantalones por 350 rupias, varias camisetas por 250 y le promete un precio mejor si se lleva dos prendas.
Después de regatear, salimos de la tienda con un pantalón y una camiseta por 600 rupias.
¡Echad cuentas!
Eso es, nos la han vuelto a colar.
Mientras mi novio el yogui maldice a la dependienta, que tiene bastante más calle que nosotros, nos encontramos con Martin y con Gina.
No nos han querido decir lo que estaban pagando por su hotel pero cuando les hemos dicho lo que estábamos pagando por el nuestro a Martin se le han puesto los ojos como platos.
Desde nuestro punto de vista, igual no es necesario derrochar el dinero. Pero oye, que si lo tienes me parece más que perfecto.
Hablamos con ellos de nuestro siguiente destino: Goa.
Todo el mundo habla de Goa. Es una zona muy turística de visita obligada si vienes a la India, el problema es cómo llegar.
Martin consiguió billete de tren pero Gina está como en una especie de lista de espera.
Cuando nos despedimos de ellos nuevamente, nos damos un baño en la playa pero no podemos disfrutarla.
Estamos un poco preocupados porque nos queremos ir mañana y aún no nos han devuelto los pasaportes.
Cuando llegamos a «casa» encontramos a Santos. Nos vuelve a pedir el dinero y le volvemos a pedir los pasaportes.
Dice que los trae enseguida y ya llevamos esperándole 2 horas de reloj. Este niño quiere morir…
Por no hablar de que le pedí papel higiénico ayer y todavía lo estoy esperando.
Nuestra preocupación va en aumento.
Cuando viajas de mochilero el pasaporte es tu vida. ¡Sin pasaporte estás perdido!
Ellos lo saben y vamos nosotros y se lo damos.
¡Tontos, tontos y más que tontos!
Por otro lado, estamos realmente nerviosos porque no vemos posibilidades que nos gusten para seguir moviéndonos por la India y hemos barajado la posibilidad de salir a otro país.
Como tenemos visado para 6 meses podemos volver más adelante.
Nos hemos dado cuenta que India es demasiado grande y demasiado complicada, en lo que al transporte se refiere.
Deberíamos haberlo traído todo planeado porque los trenes están reservados desde hace meses…
Con esto de practicar la espontaneidad y la improvisación se nos ha ido de las manos.
Mientras esperamos a Santos buscamos vuelos a otros países para tener algo en lo que pensar. Necesitamos olvidarnos de que ahora mismo somos unos indocumentados.
Estábamos a punto de coger un vuelo a Kuala Lumpur (Malasia) cuando me da por mirar el tiempo.
Tormentas y precipitaciones toda la semana.
¡Nuestro gozo en un pozo!
Empezamos a sentirnos atrapados en la India.
Manu sale a la terraza medio millón de veces a ver si ve aparecer a Santos y entra cada vez más cabreado.
Planeamos la manera de asesinarle y poder seguir viajando sin problema, pero no lo vemos viable.
Justo cuando os escribía y dos horas después de lo previsto, ¡aparece el niño con los pasaportes!
Su incipiente bigotillo y su sonrisa inocente nos hacen cambiar de idea y le dejamos vivir. Al final no ponemos en práctica ninguna de las venganzas que se nos habían ocurrido.
La felicidad que nos inunda cuando volvemos a tener los pasaportes en nuestras manos es tal, que olvidamos que queremos irnos de aquí cuanto antes.
Miramos el tiempo en los países que entran dentro de nuestros planes y todo lluvias. Aquí en la India un tiempo de la leche.
Mientras Manu sigue buscando una posibilidad viable yo subo a ver qué hay en el tercer piso de nuestro hostal.
Encuentro una terraza grande y un armario en el pasillo.
De repente, escucho una voz que procedía del armario y que me decía: «ven y ábreme, ven y ábreme».
Yo que soy muy obediente cuando me da la gana, no pude pasar por alto esas súplicas y fui a abrir el armario.
Dicho mueble contenía sábanas, jabones ayurvédicos como los que me compra mi mami en Madridejos y…¡papel higiénico!
¡Será mamón el niñato!
Ni corta ni perezosa, teniendo en cuenta que no me gusta robar, cojo prestado un rollo.
Que oye, ellos no lo usarán pero para mí el pasaporte y el papel higiénico se han vuelto imprescindibles en mi mochila.
Bajo toda contenta a enseñarle a Manu mi descubrimiento y me dice que coja jabones y todo lo que pueda, como venganza al sufrimiento provocado por la falta de documentación. ¡Y cómo no también por la mentira!
El niño me dijo que allí no tenía papel higiénico y que tenía que ir a buscarlo…
Ya he dicho antes que no me gusta llevarme cosas que no son mías, vaya a ser que el karma se acuerde de mí más tarde. No estamos para jugárnosla. Así que no hago caso a Manué.
Además, sábanas no necesitamos y jabón de momento tampoco. Peso innecesario para la mochila. Con el papel higiénico tengo bastante.
Como no encontramos solución al problema de movernos de Varkala, decidimos al menos cambiar de habitación.
La que tenemos es genial, todo nuevo, la cama súper cómoda y una terracita para nosotros solos, pero no entra dentro de nuestro presupuesto y ya vamos a pasar dos noches aquí.
Como sabemos que podemos conseguir algo decente por la mitad de precio, aparcamos nuestros planes de huida para después de cenar y nos vamos a buscar restaurante.
En el acantilado que compone la zona con más encanto de Varkala, se encuentran todos los restaurantes y casi todas las tiendas.
Según vas paseando, te van atosigando los managers de todos y cada uno de los restaurantes para que elijas el suyo.
Después de un paseo corto, porque había hambre, nos decantamos por un sitio muy cuqui cuyas mesas están decoradas con flores esparcidas por toda su superficie.
Primera línea para ver el mar, que de noche es una tontería como un castillo pero que ahí lo tenemos delante, aunque no lo veamos.
En Varkala, todos y cada uno de los restaurantes, tienen a la vista los mostradores de pescado fresco para que puedas elegir lo que quieras y la forma en la que quieres que te lo cocinen.
Aún sabiendo que esta cena nos va a salir cara, no nos podemos resistir.
Empezamos con unos cócteles: un mojito para Manué y un daiquiri de mango para mí. ¡Qué rico!
Me chiflan los daiquiris de fresa pero el de mango es una pasada.
¿En qué país te puedes tomar un daiquiri de mango hecho con fruta natural por 2€?
Estábamos degustando nuestros cócteles cuando nos llaman por detrás…
¡Martin y Gina otra vez!
O esto es muy pequeño o el universo intenta decirnos algo…
Cuando llega el pescado, a Manu le entran los 7 males.
Nos ponen un plato enorme con ensalada, patatas fritas y un trocito de pescado del tamaño de mi mano.
¿Y cómo tengo yo las manos?
¡Muuuuuuy pequeñas!
Menos mal que cuando lo probamos aquello estaba tan rico que se le pasó la pena. Ya me encargué yo de darle un poquito de lo mío.
Y como era de esperar, nos sablaron pero lo degustamos con placer.
Estaba hecho con una salsita de ajo, limón y mantequilla que le daba un sabor especial al pescado, aunque a mi estómago le sentó regular y se me puso barriga de siete mesina.
Volvemos a casa con una mezcla de sentimientos enfrentados.
Por un lado, no nos apetece nada hacer 26 horas de tren para llegar a Goa (que era el siguiente sitio en India que queríamos visitar) donde todo será más caro al ser más turístico.
Por otro lado, irse a un país donde no para de llover cuando aquí tenemos un tiempo estupendo, tampoco tiene demasiado sentido.
Vamos a intentar descansar a ver si mañana encontramos una solución de nuestro agrado.
HASTA MAÑANA MOCHITER@S