Sobre lo que os decía de que habíamos aprendido a no fiarnos de nadie, bla bla bla…Bueno, ¡pues era mentira!
El lunes nos levantamos temprano como siempre y degustamos nuestro último desayuno en Sri Lanka.
Manu se pasó la mañana ayudando a Videhé a actuailizar todos los perfiles de la Dolce Vita que tenían en internet. Mientras, Videhé le pedía consejos sobre qué podía hacer para que el negocio fuese mejor.
Cerca del medio día, nos montamos en el coche y nos llevan a la estación, que por los pelos llegamos.
Nos despedimos con cierta nostalgia, han sido casi 10 días juntos. Hacemos intento de abrazo pero nos sale regular, no está en su cultura tanta demostración de afecto.
Sin embargo, entre sus palabras de despedida Indi nos llama «familia» y eso nos llena de agradecimiento.
Ya en el tren, vamos contentos por varias razones: porque teníamos ganas de cambiar y porque nos hace muy felices encontrar gente como esta por el camino.
Se supone que vamos en tren hasta Colombo, donde tenemos que llegar sobre las 18:00 (salimos de Midigama a las 13:50) y en Colombo cogemos otro tren hasta el aeropuerto que tarda otra hora. Llegaríamos al aeropuerto sobre las 19 y no cogemos el vuelo hasta las 2:30 de la mañana, así que vamos sobraos.
Lo peor que te puede pasar cuando vas en tren por estas tierras es que se ponga a llover.
Si se pone a llover hay que apagar el aire acondicionado (cerrar las ventanas). Eso supone que precisamente hoy que no nos vamos a poder duchar llegaremos a la India oliendo a tufillo para ir mimetizándonos con el entorno.
Mi chico que es muy listo y se ha puesto sus pantalones de elefantes, les vuelve a abrir el agujerito que cosimos el otro día para que al menos le entre airecillo por ahí.
Cuando llegamos a Colombo nos compramos un helado de fresa y vainilla (no sé a quién se le ha ocurrido tal cosa pero no funciona) para amenizar la llegada del próximo tren.
Pasan varios trenes y siempre preguntamos si es el nuestro. Sabemos que sale a las 18:20 pero preferimos preguntar siempre por si las moscas.
Como nos dicen que no, nos sentamos a esperar.
Se sienta un muchacho al lado de Manu y entablan una conversación. Como no estaba pendiente no me he enterado de nada así que le pregunto a Manué.
Yo: ¿De qué hablábais cariño?
Manué: Me ha dicho que si quería que fuese a comprarME agua y le he dicho que no, que tenía. Le he preguntado si quería beber y me ha dicho que sí.
Yo: jajajajjaja claramente te estaba lanzando una indirecta para que le dieses agua.
Manué: Sí, eso creo yo. Después me ha preguntado que dónde íbamos y le he dicho que al aeropuerto. Luego le he preguntado dónde iba él…
Yo: ¿Y dónde iba cariño?
Manué: Creo que a Matalascañas…
?????
Tardé rato en poder parar de reírme…
A las 18:10 llega otro tren, preguntamos que si va al aeropuerto y nos dicen que sí, así que echo a correr para pillar asiento y cuando veo que se me acaba el tren y no he encontrado ningún vagón con asientos libres, me meto. Manué detrás.
Se empieza a abarrotar aquello de gente y percibo en el suelo un montón de cosas gordas que se mueven.
¡El vagón estaba lleno de cucarachas y a mí se me ocurre ponerme chanclas justo hoy!
Supero el trance porque no me queda otra, mientras el ambiente del vagón empieza a hacer que me corra el sudor por la espalda. Manué empapado de arriba abajo y hasta el miércoles por la mañana no nos vamos a poder duchar…
Encima nos hemos equivocado de tren.
Habíamos comprado billetes en segunda clase y vamos en un tren que sólo tiene vagones de tercera y que va al aeropuerto, sí, después de recorrerse todo Colombo.
Además, hasta que no lleguemos a India y podamos comprar otra tarjeta para el móvil, no tenemos internet, así que no podemos saber con exactitud si el recorrido del tren es correcto.
Nos fiamos y cuando vemos pasar el aeropuerto nos bajamos.
Es de noche total y al contrario de lo que pasa en cualquier capital europea, donde el tren que va al aeropuerto te deja en el mismo aeropuerto, este tren te deja casi en un descampao a 4 km.
Buscamos un tuktuk…
Ósea que llevamos un mes huyendo del acoso de los tuktukeros y ahora, precisamente ahora que es cuando los necesitamos, ¡ni uno por la calle!
Empieza a chispear y a iluminarse el cielo con los truenos de la tormenta que se avecina y nosotros corriendo por la calle en busca de un taxi (tuktuk).
Bueno…lo que ellos llaman taxi y yo llamo motoreta de tres ruedas con caparazón.
Justo antes de que la tormenta empiece a descargar con fuerza encontramos un tuktuk en una esquina.
No estamos para negociar así que nos subimos y tendremos que pagar lo que nos pida…no estuvo mal del todo…
Ya en el aeropuerto, pasamos el primer control de los 15 que nos esperaban y compramos algo de comida.
Son las 8 de la tarde, el vuelo sale a las 2:30 de la mañana y no tenemos ni cartas…
Pasear, charlar y reírnos de todo lo que vemos no se nos da mal, así que las horas pasan rápido.
Son sólo dos horas de vuelo hasta llegar a Chennai (India)
Menuda desilusión cuando bajamos del avión y no nos da mal olor ni encontramos gente por la calle bailando Bollywood…
Como son las 4:30 de la mañana y aún no ha amanecido, un policía muy simpático nos recomienda quedarnos descansando en el aeropuerto hasta que amanezca.
La idea hoy es pasar el día en Cheenai con la mochila al hombro y coger un bus a las 6 de la tarde rumbo a Kerala.
Cuando amanece vamos en busca de un tren que nos deje cerca de la playa. Como acabamos de sacar dinero sólo llevamos billetes gordos.
Cuál es nuestra sorpresa cuando el que expide los tickets del tren no tiene cambio y ¡nos regala el billete!
Nosotros que veníamos acojonados porque todo lo que hemos leído ha sido sobre los ingeniosos timos a los turistas en India, nos llevamos un sorpresón y bajamos la guardia.
En el vagón soy la única mujer. Aquí la gente va dividida por sexos. Manué que es muy listo quería que nos metiésemos en el de mujeres. Yo puse más empeño y nos metimos en el de hombres.
Lo cierto es que a mí nadie me miró ni me dijo nada pero unas paradas después entró una mujer india y la echaron…
Antes de darnos una vuelta por la ciudad, intentamos localizar una tienda para comprar una tarjeta de teléfono y la ubicación exacta para coger el bus que nos llevará a Kerala.
En la estación central que es de donde se supone que sale, damos mil vueltas y no lo encontramos.
Me quedé muy aliviada cuando leí una gran pintada oficial que decía que «en las vías del tren no se puede mear ni defecar»…
Si no lo llego a leer a tiempo, yo que lo tengo por costumbre, la hubiésemos liado gorda…
Cuando desistimos de encontrar tarjeta para el tlf y localizamos, a un km de donde ponía el email de la reserva del bus, de dónde salimos esta tarde, nos vamos a dar un paseo por la ciudad.
Callejeamos entre el traficazo, los puestos de fruta y la gente durmiendo en la calle y nos metemos en un sitio con mucha gente donde nos para una moto.
El señor motorista que nos debió ver algo perdidos se paró a ayudarnos.
Nos explicó que eso era un edificio oficial y nos orientó para que llegásemos a la playa.
Como quedaba lejos, preguntó al tuktukero que teníamos en frente cuándo nos costaría que nos llevase y, cuando sacamos el billete gordo, de nuevo sin cambio…
Pues el señor motorista nos cambió el billetaco para que pudiésemos coger el tuktuk y así lo hicimos.
No entendemos muy bien lo de los timos constantes en India y la de cosas feas que hemos leído.
De momento, el policía del aeropuerto nos ha dado muy buenos consejos, el del billete de tren nos lo ha regalado por no tener cambio y el motorista no sólo se ha parado a orientarnos sino que nos ha hecho de intermediario con el tuktukero y nos ha cambiado el billete…
¡Qué afortunados nos sentimos!
Y venga a bajar la guardia…
Llegamos a la playa y de repente se pega a nosotros un muchacho.
Nos ofrece té, café, cigarros…tiene comida si queremos comer, tiene tuktuk si queremos transporte, tiene tours si queremos visitar sitios, tiene habitaciones si buscamos alojamiento…
Es tan pesado que nos cuesta mucho quitárnoslo de encima.
Cuando lo conseguimos, como realmente sí que nos apetecía ese café, nos damos la vuelta y nos sentamos donde nos indica.
Después de una larga conversación donde nos cuenta muchas cosas, nos empieza a caer simpático.
Como resulta que no son ni las 10 de la mañana y que hasta las 6 de la tarde que sale el bus no podemos hacer nada, decidimos que a lo mejor no es mala idea que este chaval nos pasee por la ciudad.
Primero comemos algo, también donde nos indica (desayuno típico y muy rico por cierto) y nos montamos en el tuktuk camino de no sabemos dónde.
Nos para en una iglesia y nos invita a bajar para que la veamos…
«Dejad aquí las mochilas, no pasa nada», dice.
Manu y yo nos miramos, lo pensamos, nos volvemos a mirar…
Como el tuktukero se da cuenta de que no nos fiamos mucho me ofrece las llaves del tuktuk.
Prueba suficiente, ¿verdad?
Dejamos todas nuestras cosas, menos la pasta y los documentos, en el tuktuk y nos bajamos a ver una iglesia…
Ya dentro pienso: ¿pero cómo somos tan tontos?
¡Acabamos de dejar todas nuestras cosas en un vehículo de alguien que acabamos de conocer!??
Ostras, ¡qué largo este post, no!
Tendré que seguir mañana no os vaya a aburrir ??
Besazooooosss