Sí, ya nos han timado…Hoy ha sido un día duro…
El hecho de que hubiese una lagartija en la habitación no era señal de buen augurio sino de buenas enseñanzas que nos tenía preparadas este nuevo día.
La noche ha sido realmente mala porque la sinusitis no me dejaba respirar. Así que se me pasó por la cabeza quedarme descansando. Menos mal que no lo hice.
A las 6 de la mañana ya estábamos en pie porque a las 6:30 salíamos en tuk tuk con nuestro amigo Chen (chinito con el que hemos coincidido en algún momento de cada día en algún sitio, y que nos volvimos a encontrar en este albergue), nombre con el que le hemos bautizado porque su verdadero nombre es impronunciable.
Hemos tenido la «suerte» de que el dueño del albergue tiene un amigo que nos hace precio con el tuk tuk, nos lleva a ver Pidurungala (piedra con impresionantes vistas a la que teníamos pensado subir), después nos lleva de excursión a un jardín donde cultivan plantas medicinales y después nos vuelve a llevar al albergue. ¡Qué zuerte, qué zuerte!
Si la noche ha sido mala, el despertar ha sido peor, no paro de llorar, de moquear y tengo la cabeza como un bombo, pero le echo un par de narices y me subo al tuktuk.
Llegamos al destino y nos disponemos a subir a la piedrecita…
Como la subida es complicada y vamos sudando de una forma brutal, parece que se me olvida un poco lo malita que estoy.
Cuando llegamos al último tramo, hay que escalar literalmente, y ahí viene lo bueno…
Chen, equipado con pantalones largos de lino y una mochila que pesa un quintal, con piernas largas como las mías y sus gafitas de chinito, no es capaz de subir él solito.
Ahí tenéis a Manué, cargado con nuestras cosas y cuidando de su mujer malita, ayudando al chino con su mochila para que pueda subir.
En el último pedrusco antes de llegar, la cosa es más complicada, así que yo que iba en cabeza tengo que esperar a Manué para que me suba y baje después a subir al chino.
¡Pues no dice el tío amalillento, después de la caminata, que nos espera ahí, que ya no sube más!
Vamos Chen hombre, que ya hemos llegado.
Como yo ya estoy arriba y sé lo que se va a perder, le animo a que suba y finalmente lo consigue.
¡Qué espectáculo para los sentidos!
Impresionantes vistas, un aire limpio, un olor…que me hace olvidar por completo cualquier tipo de dolencia.
Caminamos por la inmensa piedra para ver el paisaje desde todos los ángulos, nos sentamos un ratito a meditar, jugamos con el perrito que nos ha acompañado todo el camino y lamentamos no podernos quedar allí a vivir. ¡Realmente precioso!
La bajada es todavía peor, Chen no parece muy deportista y tememos que en una de estas se parta la crisma.
Según vamos bajando, encontramos subiendo a otros tres chinitos y auguramos que a lo alto de la piedra no llegan ni de coña. Básicamente porque no llevan a Manué.
El tuktukero nos espera abajo y nos lleva al Jardín de las Especias.
Al llegar allí flipamos también, no sólo está limpio el jardín sino que es la primera vez que nos recibe un hombre delgado y aseado. Normalmente nos los encontramos con barriguilla y aspecto de no haberse duchado en mucho tiempo. Con ropa limpia y cuidada, ¡y zapatos!. Aquí lo normal es ir descalzo o con chanclas como mucho.
Este señor hipermegaagradable nos da una explicación sobre qué es cada árbol y qué tipo de producto fabrican con lo que sacan de él. Nos cuenta que todo es natural y que al final de la visita sus estudiantes nos darán un masaje con sus productos.
Dice que normalmente los masajes ayurvédicos cuestan muy caros pero que ellos lo hacen sólo por la voluntad y porque ven que lo necesitamos. Nos sirven un té muy rico y nos pasan a otro lugar.
Nos mandan sentar y aparecen los voluntarios a darnos el masaje. A mí me traen una cazuela para hacer vahos porque se han dado cuenta que estoy jodida con el catarro.
Después del masaje, que no está nada mal pero nos lo dan sentados y durante no más de 10 minutos, nos piden que demos una donación a los voluntarios y nos pasan una hoja para que anotemos el producto que queremos comprar.
Ya la cosa se empieza a poner comercial de más y me mosqueo.
Cuando entramos a la tienda y nos enseñan los productos, nos parecen algo caros y nos llevamos sólo el producto que me han puesto para los vahos. Que viene a ser vicks vaporub, pero en asiático. El tío se mosquea y me recuerda que tengo varices y demás, para que me compre los remedios que tiene para ello. ¡Tu madre bien?
La cosa se pone tensa y mi cari, ofendido, le explica en un inglés casi perfecto, que si se piensa que somos tontos o qué…que somos mochileros, que no podemos inflarnos a comprar cosas y que no nos parecen las formas. Que hemos dado una donación por un masaje que no hemos pedido y que ya está bien…
Al final nos llevamos el producto, porque realmente lo necesito, bastante más rebajado pero con la sensación de estar siendo engañados.
Sospechamos que aquí alguien se lleva comisión por algún lado y por eso nos han traído aquí.
Y Chen que parecía tontico, no compra ni agua.
Volvemos al tuk tuk, Manué bastante cabreado y yo un poco más enamorada. ¡Qué bien se explica este niño en otros idiomas, con lo que le cuesta el castellano!
La idea a la vuelta era visitar el Golden Temple, coger las mochilas y salir rumbo a Triconmalee. Entre el cabreo de Manué y yo que estoy muy malita, cuando vemos la cantidad de escaleras que hay que subir decidimos que también es bonito por fuera y nos vamos al albergue a por nuestras cosas.
Nada más llegar, el dueño del albergue que nos había organizado la excursión, no pregunta por todos los detalles e insiste en saber cuánto hemos gastado en el «Jardín de los Coj…»…aquí hay comisión seguro vamos.
Eso no hace más que aumentar el cabreo de Manué y salimos de allí por patas.
Como no queríamos que nos engañaran más decidimos bajar andando, con las mochilas, a coger el bus.
Ponte que son las 12 del medio día, que hace sensación de 40 grados, que llevas una mochila a la espalda más grande que tú y que encima no puedes respirar del catarro que tienes. Y así, vete andando un ratito apañao a buscar la estación de bus.
Como el día ha sido tan duro, decidimos pasar a comer antes de coger el bus. Porque aquí nunca se sabe cuándo llegas a los sitios.
Elegimos el «restaurante» en función de la cantida de moscas que hay alrededor. Dentro siempre hay muchas más.
Somos los únicos comensales para degustar el famoso «arroz con cosas» que aún no habíamos probado. Me ofrecen coke, no gracias.
La señora dueña decide que como el restaurante está vacío (de gente digo, porque moscas hay mil quinientas) se sienta allí frente a nosotros y nos mira embobada mientras comemos.
Llevo aquí poco tiempo y quizá sea que me tengo que acostumbrar pero…¿alguien sabe por qué aquí los restaurantes parecen pocilgas?
Nos vamos a coger el bus y mientras esperamos se nos acerca un muchacho a ofrecernos un tuktuk, le decimos que no pero se queda a darnos conversación.
Nos dice que olemos al Jardín de las Epecias, que si hemos estado allí. Le decimos que sí y nos pregunta si sabemos que van al 50% con el conductor del tuktuk…
¡Ajá! Lo que nos temíamos…
Cuando vamos a subir al bus, nos piden que dejemos la mochila en el maletero. Nos miramos dudosos, ahí va nuestra vida para 7 meses. Pero a ver cómo te subes con ese mochilón a un bus donde para empezar no cabes ni tú.
Por favor, ¿la palabra aforo no os suena de nada?
Vamos unos encima de otros, literalmente, cual cochinos al matadero, sin aire acondicionado y con este pasmazo que no me deja vivir. Aunque en momentos así me alegro de no tener activada mi capacidad respiratoria.
Nos espera un viaje en bus de casi 3 horas, de pie, y a mitad de trayecto el conductor se para.
Algunos bajan a comer mazorcas de maíz que están haciendo en un puestecillo (si lo llego a saber hoy come arroz con cosas quien yo te diga), mientras los demás nos quedamos en el bus, esperando, ahí al fresquito.
Nos volvemos a poner en marcha. El chico que tengo a la izquiera va dando cabezadas contra mi brazo. Al otro lado, un señor se duerme encima de otro chico y lo empuja hacia el pasillo arrinconándome contra la pierna de otro chaval. Eso cuando no te están pegando bolsazos las que salen o codazos los que entran.
Y ya te meas cada vez que entra alguien y el «revisor»va en busca de él, por el pasillo…como en el pasillo sólo estamos mil personas puedes pasearte por aquí alegremente. ¿Y si te digo que puedes cobrar en la puerta antes de que se suban? Llámame listilla…
Yo creía que me moría, pero no, llegamos bien y cogimos un tuk tuk en busca del albergue. La habiación no estaba mal y justo tenían una jarra de té con la que pude calentar agua para hacerme vahos.
Si a eso le añadimos que salimos a cenar y pude pedir una sopita de verduras, súper caliente y nutritiva, al final el día no acabó tan mal.
Sólo por subir a Pidurungala, la sopita, y la cantidad de cosas que hemos aprendido hoy, ha merecido la pena levantarse y tirar para delante.
Repelente y a mimir, que Triconmalee tiene playa y mañana va a ser otra cosa.
BESAZOOOOOSSSSSSSS